Image: Clásico futuro

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Opinión

Clásico futuro

Por Francisco Javier Irazoki Ver todos los artículos de 'Radio París'

11 octubre, 2013 02:00

Francisco Javier Irazoki

En un diálogo dije que el autor satisfecho de sus obras está muerto para el oficio. Y pienso que el estilo invariable se parece a una prisión estética. Otros lo han expresado con coherencia más firme. En una entrevista radiofónica, Fernando Aramburu ha reconocido su costumbre de desechar los textos que redacta sin problemas. Solamente lo atrae "la superación, mediante la escritura, de dificultades, de retos literarios". Así trabajó durante toda su vida el poeta mallorquín Miguel Ángel Velasco. El hecho de que usase sustancias psicotrópicas para componer La miel salvaje (Visor) es un suceso irrelevante. El láudano de Baudelaire o la absenta de Wilde y Rimbaud agitaron inteligencias singulares. Difícilmente las drogas que cambian percepciones aumentarán las capacidades creadoras de artistas con escaso talento. Desde su primer conjunto de versos, Sobre el silencio y otros llantos (Rialp), que publicó en la adolescencia, hasta los cuatro últimos libros, reunidos por Isabel Escudero en La muerte una vez más (Tusquets), Velasco tensa el lenguaje. Lo transforma en una flecha disparada con técnicas y fines variados. Esa flecha la hunde en el culturalismo, la habilidad métrica, el cuidado rítmico. Sus experimentos y búsquedas no se pueden reducir con la etiqueta de 'escritor metafísico' que él mismo se asignó en algunas ocasiones. Con intensidad común, pero sin repetir fórmulas, sin adormecerse en facilidades, Miguel Ángel Velasco había dejado acabada una docena de volúmenes. Falleció a los 47 años. Frente al valor de la obra, no importan las circunstancias de su muerte misteriosa. Ahora quizá baste la labor de los editores, la recopilación de su poesía completa, para que una aventura de riesgos artísticos lo convierta en clásico de calidad.