Image: Señor del mundo

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Opinión

Señor del mundo

18 octubre, 2013 02:00

Su vida, con perdón, recuerda no poco la de una hormiga reina. Recluido en palacio, atado por sus absorbentes obligaciones (y por sus muchas y penosas dolencias), sostiene con mano perseverante, en nombre de la religión, uno de los imperios más extensos que ha habido en el planeta. Y, al modo de la hormiga reina, apenas le fue dado poner los pies en una parte mínima de los territorios que administró. ¿Qué paisajes le pintaría a Felipe II su imaginación mientras ojeaba las precarias representaciones cartográficas de sus dominios de ultramar? ¿Cómo se figuraría las remotas islas Filipinas, en su honor así nombradas? ¿Qué idea abrigaría de las batallas a las que no asistió, de los monarcas y príncipes enemigos a los que nunca conoció? Refiriéndose a sí mismo, afirmó que un rey es un esclavo con corona. Tal fue, al parecer, la forma de infelicidad que le correspondió.