Fernando Aramburu
A no pocos paisanos vascos míos la palabra España les quema en la boca. Prefieren decir el Estado. Recuerdo, cuando frecuentaba las tiendas de discos de mi ciudad natal, que no faltaba en ninguna de ellas una sección dedicada a la música estatal. En el fondo, el Estado es Madrid, el Gobierno, el rojo y el amarillo, el toro de Osborne. Esas cosas. Porque luego les mencionas el pueblo asturiano o el pueblo andaluz y, coño, parece que decae el rechazo. Al día siguiente nos topamos con un buscador de constantes históricas y de esencias de la patria, el cual nos suelta su versión de España: una de las naciones más antiguas, los triunfos de la Roja, la religión y la monarquía, el turrón y la Alhambra. A uno, modestamente, se le figura que a esta enfurruñada nación de naciones, atestada de banderas diversas, le convendría un buen fregado educativo.
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