J.J. Armas Marcelo

A la vuelta de Manhattan, suelto mi ego feliz por las calles de París, si tú me dices ven lo dejo todo. La coartada, la excusa, la realidad: la Rayuela de Cortázar es más que un rumor de esas calles, es un destino literario. Me traje colgando de mi biblioteca andante un ejemplar de El dilema, aunque yo hace ya mucho tiempo que salí de él (de ellos, en realidad). En fin, no me convence ese método: al bajar la escalera todo el mundo tiene otra imagen de lo que tenía que haber sucedido hace un segundo, allá arriba en los despachos. Escalera abajo, cada uno piensa lo que pudo ser y no fue, lo que tuvo que suceder y se nos escapó de las manos, lo que queríamos ser y no estábamos para eso. El principio de Peter brilla por su presencia en las páginas de El dilema: el poder lo cambió todo y, como dicen en mi tierra, a peor la mejoría. Si le preguntan a Zapatero quién fue el peor presidente de la democracia dirá que Aznar; si le preguntan a Aznar, dirá que Zapatero. Siento un precedente: estoy, y no lo siento, sobre todo en este asunto, de acuerdo con Aznar, en el caso de que tenga yo razón y Aznar se dedique todavía a estas cábalas. Yo ya no: me dedico a recorrer las calles de París, tras La Maga. Llueve sobre París, sus rutas y novelas en cada esquina. Terminé aquí un cuento, junto a Notre Dame, pero no tiene nada que ver con el que está pendiente, si tú me dices ven, París, lo dejo todo, aquel que comienza por la desazón de un historiador de ultraderecha que ve cómo se hunde la Europa blanca con la que él había soñado toda su vida, otra utopía. Decidido a marcharse del infierno, el profesor entra una mañana temprano en Notre Dame y llega al altar mayor. Allí, saca un revólver, se lo lleva a la sien y se pega un tiro. Cayó fulminado para siempre, ante el susto de los turistas matutinos. Mi cuento es el encuentro de un desencuentro, de una pareja que en el cuento parece no haberse visto durante muchos años y queda para encontrarse en una cafetería de encuentros, también frente a Notre Dame. Ahí se ven, hacen como que se encuentran luego de tanto tiempo, se intercambian vidas que hubieran vivido el uno sin el otro, se acarician y, finalmente, se van a su casa de siempre, la que han vivido esos tiempos que han deseado no vivir juntos y que, sin embargo, han convertido en su convivencia.



En los últimos años de su vida, Jorge Semprún caminaba lentamente desde su casa en la Avenida Universidad y entraba, sobre todo sábados y domingos, en el Café de Flore. Ahí leía diarios y revistas, se tomaba un café y un agua mineral, y volvía solo a su casa, cojeando de una pierna y pensando en su París, aquel de la Resistencia, aquel bajo el que cayó en manos de los nazis para terminar en un campo de concentración. Me dices ven, París, dice mi ego libre por las calles aún lluviosas, y lo dejo todo, aunque sea en estos últimos años de vida, floridos y divertidos, viajados y leídos. Llegar de Manhattan y aterrizar por culpa de Cortázar en París lo dice todo. Voy al cementerio de Montparnasse, a hacer el peregrinaje a la tumba de Cortázar, y más allá a la de Carlos Fuentes, muerto en el ejercicio de la escritura literaria, recorriendo el territorio de La Mancha como un joven, un imposible joven Don Quijote. Y después me siento en la terraza de la misma cafetería, frente al Dome, donde en un viaje anterior creí ver a una mujer que conocí mucho en mi juventud isleña: la francesa Maria Brizard, copropietaria de un burdel en Salbago, maravilla de mujer que se paseaba por la Avenida de la Playa con un perrito que también ladraba en francés. Allí los vi una vez, a ella y a un amigo mío que lo dejó todo y se fugó con ella desde la isla lejana para recalar en la ciudad más literaria del mundo, donde los fantasmas de los escritores de todos los tiempos se encuentran en cualquier cantina para vociferar contra el poder establecido y hacer chanzas increíbles contra la Iglesia.



Desde Balzac a Proust, una calle larga París donde llueve hoy sin aguacero y donde mi ego, feliz, corre libre de esquina en esquina olisqueando historias que otros no han visto, historias al fin de la vida en París, si tú me dices ven lo dejo todo.