J.J. Armas Marcelo

No sé ahora donde lo leí pero es una buena definición: banco de inversiones. La mayoría de los creadores artísticos, sobre todo cuando son jóvenes, insaciables e indocumentos, "se hacen de izquierdas" sin saber qué cosa es exactamente en cada momento la izquierda. Se hacen y ya está: depositan su conciencia crítica en el banco de inversiones de la izquierda oficial, que es el discurso político e ideológico dominante en todo el siglo XX en las sucesivas sectas creativas, y viven como les da la gana. Han cedido a ese banco de inversiones todo cuanto piensan y declaran, se entregan a la causa, que saben casi siempre perdida (pero eso viste muy bien el machango), dicen que son de izquierdas pero viven y hacen cosas que son de derechas y casi de ultraderecha. ¿Por qué? Porque en el fondo son de derechas: dicen que son de izquierdas, pero son de derechas. Ahora Cabrera Infante, aquel "gusano" empedernido para la izquierda tradicional tan de derechas, acaba de publicar, después de muerto hace años, otro de sus terribles documentos. Su Habana, la de los tristes tigres y el infante difunto, ya no existe: es sólo un santuario en ruinas al que peregrinan, para aplaudir el desastre físico y moral, muchos de esos izquierdistas a los que les falta la quintaesencia de una izquierda real y moral: la autocrítica. Van y vienen: mienten e inventan. Todo para salvar las naves de un naufragio que se llevó a cabo hace ya más de medio siglo, en una isla que sirve de experimento para un nuevo fascismo, un régimen de tiranos, hereditario y jesuíticamente comunista.



Arriba de todo, la retórica criminal: el invento enfermizo del Che Guevara, el utópico e inmoral invento del 'hombre nuevo', convertido hoy en una camiseta de consumo occidental y capitalista. ¡Y todavía dicen que el pescado es caro! Y son capaces de decir, tan campantes, artistas, escritores, visitantes en general de esa ruina general que es Cuba, que ese es el modelo a seguir. Y son capaces de decir que Maduro es el nuevo inventor del 'realismo mágico', aquel que ve pajaritos y caras en las rocas del metro de Caracas. Todo vale si has depositado tu conciencia en el banco de inversiones de la izquierda cansina, bastante asesina, tanto o más que la derecha, para ser exactos, los mismos que ahora trinan y antes trincaban sin parar de las tetas del Estado y sus múltiples negociados culturales. ¿Va por ahí el mundo, es ese el socialismo del siglo XXI, o una forma cutre de decir que no me da la gana de ver el fracaso de los modelos que propongo?



Cabrera Infante cargó durante décadas con el improperio de "gusano". Fue el primero, el visionario que se atrevió a decir que aquello que crecía en Cuba no era más que totalitarismo soviético pero en el Caribe, con esa forma de disparate que tiene el Caribe para ver caras de Chávez retratadas en todas partes, menos en la Torre de David, en el centro de Caracas. Cabrera Infante no se fue a Miami, se fue a Londres, aunque -en efecto- nunca se movió de La Habana. Una vez, hablando en una sobremesa, fue más claro que nunca: "Yo no conozco Cuba, yo conozco muy bien La Habana". Tanto que se la inventó, y ahí queda, señores que invierten su conciencia en el bando de la izquierda tradicional europea: tenía razón Guillermo Cabrera Infante. Otro día, aunque a él no le importaba que yo fuera y viniera a La Habana "de mi bolsillo" siempre, le prometí que no iría más hasta que se muriera el Sátrapa.



Pero la vida es terrible: murió Cabrera y el Dinosaurio sigue ahí. Secándose poco a poco, como su régimen, pero ahí, aunque La Habana no aguante más. Por eso le he dedicado mi novela Réquiem habanero por Fidel, que se publicará en Alfaguara en el próximo mes de abril: "A Guillermo Cabrera Infante, que nunca se movió de La Habana. In memoriam. Y a Miriam Gómez, que lo acompañó siempre por todo el mundo". Se lo debo. Ya ven: sigo con mi conciencia de verso suelto, sin hacer caso ni a derechas ni a izquierdas, sin invertir en ningún banco de inversiones de la izquierda. O prestar mi conciencia a cambio del aplauso.