Fernando Aramburu

De niño coleccioné cromos. Solía cambiar los repetidos en el patio del colegio o junto a la entrada de la papelería. Más tarde, la conciencia de la finitud apagó en mí aquella pasión gustosa por la actividad taxonómica. Con una excepción, dejé de acumular. Sigo adquiriendo títulos de la antigua colección Austral, pero sólo aquellos que sé con aproximada certidumbre que podré leer. El quid no radica en la posesión, sino en ordenar la variedad y en un melancólico engaño, consistente en creer que es posible sustraerse al poder disgregador, fatalmente destructivo, del tiempo. Aún experimento el momentáneo deleite por el hallazgo inesperado, por el descubrimiento de la pieza tantos años deseada; la placentera insatisfacción de aspirar a una plenitud abolida, como el orgasmo, si se consuma; la nostalgia anticipada de saber que, al morirnos, nuestros sucesores se desprenderán de lo que para ellos son simples cachivaches.