Arcadi Espada

El asesinato de Kennedy fue lo primero que le ocurrió al mundo, según mi particular punto de vista, que era el de un niño de seis años. Ante estos sucesos, las personas suelen recordar el momento y el lugar donde estaban. En este caso, yo solo recuerdo que descubrí el mundo. Hasta entonces el mundo era un lugar de personas conocidas, vistas y oídas; un lugar puramente positivista, donde no había más teoría que la experiencia. Pero de pronto estalló aquel cráneo blanco y empecé a comprender que los hombres podían ser también una teoría. Que un hombre podía ser un nombre, Kennedy; que existían lugares que yo no había visto nunca, América, más allá del irreal y anodino atlas escolar, con calles, coches y niños como yo; y que las cosas no tenían por qué presentarse en carne para existir y conmovernos: bastaban unos trazos en blanco y negro, e incluso de colores, para que las cosas fuesen y fuesen capaces de afectarnos.

Todo eso era porque mi padre trajo a casa un número especial de una revista estupenda, Gaceta Ilustrada, que tenía los derechos de Life y que narraba con mucho detalle lo sucedido en Dallas.

El asesinato de Kennedy supuso un aprendizaje de la realidad en más sentidos. Con él empezó mi discernimiento de que las balas de fusil eran reales, y no solo un asunto de los tebeos. Recuerdo que pasaba las páginas de la Gaceta con cierta confusión: no sabía muy bien si aquello seguía siendo un tebeo; pero es que si no era un tebeo qué podía ser. Menos mal que, a diferencia de muchos novelistas modernos, la confusión se me pasó pronto. Y me di cuenta, vaga pero perceptiblemente, de que éramos una gran familia. En casa siempre había tenido la certeza de que estábamos por encima de la media, viviendo con padres, abuelos por las dos desembocaduras, tía, primo, etc. Pero ese pariente por el que de pronto mi madre se puso al borde de las lágrimas fue una auténtica novedad.

O sea que ok. Fue el primer crimen mediático.