Fernando Aramburu
Se han dicho tantas cosas. Que a Guillermo II su madre lo vejaba por su escasa virilidad y su brazo atrofiado, y que después, de mayor, el káiser quiso demostrar al mundo y principalmente a sí mismo que era un hombre fuerte y podía repetir la victoria de su abuelo en Sedán. No pocos de los implicados murieron sin sospechar que habían promovido una primera guerra mundial. Eso se supo cuando ocurrió la segunda. Lo que está claro, al menos por parte alemana, es que el pueblo apoyó con frenesí patriótico la aventura y que muy pocos previeron el desastre. Fue una contienda de máquinas modernas, de gases deletéreos, pero sostenida a la manera tradicional: una matanza sin precedentes. El padre de mi suegro estuvo con casco picudo en las trincheras de Verdún. Le tocó más tarde la segunda guerra. Sus peores recuerdos, decía, se los había dejado la del 14.
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