Fernando Aramburu
Cuentan que Swedenborg veía ángeles en los tejados de Londres. William Blake, no menos urbano, los contempló de niño en las ramas de los árboles. La práctica de presenciar fenómenos inexplicables, pero comprensibles, no requiere exactamente ojos, sino otra cosa que, para entendernos, podríamos llamar imaginación. Transformar visiones en símbolos es una facultad reservada a esos pocos individuos que la tradición denomina artistas. Si, además, uno da en regular sus actos conforme a dichas visiones y les adjudica naturaleza de verdad, entonces habrá plantado los pies en dominios religiosos. William Blake, que inventó una mitología, pudo haber fundado una secta; pero detestaba las religiones convencionales que imponen la repetición litúrgica, la oración memorizada, la ortodoxia contraria a la inventiva. Tuvo, además, la perspicacia poética de ser bastante oscuro, pero tampoco tanto que el lector deseoso de ver ángeles no descubriera al menos las ramas de los árboles.
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