Fernando Aramburu
Es como en la escuela. Antaño, no bien entraba el profesor en el aula, se hacía el silencio, los alumnos intimidados se aprestaban a obedecer, el que no había hecho los deberes se ciscaba de miedo. Hoy, según me han dicho, entra el profesor y ha de suplicar a la chavalería que por favor se calle. Una bofetada correctiva de las de entonces supondría acaso su despido, además de una demanda judicial. No hay duda de que ha sido mermada su facultad de determinar las vidas ajenas. Pero, ¿significa eso necesariamente que el poder ha desaparecido? Yo, con todos mis respetos, lo pongo en duda. Siempre hay poder, aunque esté repartido. Nunca como hoy fue tan fácil influir en la capacidad de acción de los que deciden. Quizá por ello nos parecen tan débiles. Viven pendientes de nuestra intención de voto. Están perdidos y nosotros también.
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