J.J. Armas Marcelo

Es la tercera vez que escribo sobre Manuel Vilas y su obra. Leí España con creciente asombro y simpatía, y finalmente conocí en persona al Gran Vilas. Me pareció un enorme personaje: excesivo, inteligente, leído, heterodoxo, observador, viajero, bebedor de cerveza, implacablemente vestido de cuero negro (o gris marengo), sonrisa de cómplice y respiración de resistente. ¿Y la piel? Ya la tiene de paquidermo y está preparado para la guerra contra el ejército enemigo, al que tiene sometido entre su espada y la pared. El otro día, un gran periódico español, dando la noticia de la muerte de Mandela publicó en su primera edición: "Muere, Mandela" (o "Mandela, muere"), en imperativo, en lugar de en presente histórico, que es lo que pretendía el redactor. Yo oí la carcajada del Gran Vilas como un poema enviado en manuscrito desde Zaragoza, y me puse a releer su recién publicado diario Listen to me. Ese 'Escúchame' está dirigido a Dios y es una súplica con la que Vilas comienza a hablar con Él en las redes sociales. Porque Vilas es el único escritor en el mundo de hoy (otro fue Faulkner, recuérdenlo, y un poeta argentino, Viel Temperley) que habla con Dios de tú a tú. Dios le habla en inglés y Gran Vilas (así lo llama Dios) le contesta en español. Sus discusiones giran en público sobre lo divino y lo humano. Lo divino: Lou Reed, un debate interminable. La literatura: lo humano, y nada humano nos es ajeno, sobre todo a Gran Vilas y a mí. Y supongo que a Dios. Al Gran Vilas le conté en el Hilton de Miami la anécdota de aquel buen escritor español de izquierdas que odiaba a los Estados Unidos, pero terminó dando clases en una de sus universidades. Durante seis años se negó a hablar inglés en aquel lugar, donde sólo él hablaba en español. Cuando iba a almorzar, el camarero le preguntaba en inglés si quería "soup or salad". "I suppose", contestaba el tipo lleno de soberbia.



El "Listen to me" de Gran Vilas llega después de muchos poemas y muchas palabras muy bien ordenadas en sus novelas, no sólo España, sino Los inmortales y El luminoso regalo. Lo que me gusta de Vilas, lo que más me gusta quiero decir, es el desparpajo con el que habla con Dios, como si fuera uno de sus más cercanos colegas: como si fuera un tipo tan humano que nos entiende en nuestras filias y fobias, y comparte con nosotros nuestras pasiones más chiquitinas y facilonas. El lenguaje de Dios en su conversación con Vilas, al menos en lo publicado en su diario, es limpio y a mí me parece sincero. Vilas, a veces, comete la picardía de querer meterle a Dios, su interlocutor, un gol de esos que luego provocan las risas de los dos conversadores, cuando ambos descubren el truco. Entonces Dios se baja del trono y sin perder la compostura le llama la atención con una soltura de padre y un cariño de amigo íntimo.



Por eso le tengo envidia intelectual a Vilas: porque puede hablar con Dios de esa manera. Ya he dicho que de vez en cuando yo me dirijo al Gran Arquitecto, el Gran Genio de las Matemáticas y le rindo pleitesía racional: todo es matemático, pienso, le digo a veces para llamarle la atención, pero tengo la impresión de que a mi me exige hablarle en inglés y yo no tengo mi inglés para farolillos y a veces me quedo trabajo yo también en el "I suppose". De todas maneras, mi recomendación es que se lean de cabo a rabo Listen to me, porque no es un catecismo al uso sino un libro en donde el ser humano que es el Gran Vilas, resuelto en su ego de cuero a discutir con quien sea, habla con Dios como si fuera una creación literaria de él mismo. Asombra su manejo de la lengua conversacional; su conocimiento de la música; sus discusiones literarias. Es, además, un actor consumado, "mirador de mujeres" y complaciente seductor. En Miami lo vi siempre con dos modelos negras que no pasaban de los veinticinco años. Sólo las dejó un momento en el bar, para subir a la piscina a ver nadar a Carmen Posadas. "¡Es guapísima!", me dijo cuando bajó de nuevo a buscar a sus amigas negras. "I suppose", le dije, o sea: "Ya te lo había dicho desde hace tiempo".