Marta Sanz

He ido a Oviedo a disfrutar del XXXV premio Tigre Juan que hemos ganado ex aequo Sergio del Molino (La hora violeta) y yo (Daniela Astor y la caja negra). El Tigre se ha concedido a novelas inéditas, primeras novelas, novelas publicadas que merecen un impulso. Ha sido celebrado, entre otros, por Casavella, Orejudo o Gopegui. Hoy es un premio sin dotación económica, pero contó con cincuenta y cuatro mil euros, y se barajó la idea de alcanzar los doscientos mil. Cantos de sirena, burbujeante estado de la cuestión, delirium tremens, despilfarro, la casa por la ventana, vacas gordas. De aquellas lluvias llegaron estos resentimientos. No sé si estas precariedades… Con el Tigre Juan se cumple el dicho "O calvo o con dos pelucas": en 2009, aduciendo como motivo la crisis, el ayuntamiento suspende la financiación. Cuando no se puede hacer una exhibición impúdica -hortera- de pasta que se rentabilice electoralmente, se cierra el chiringuito. Entre precariedad y derroche se olvida el punto medio de la dignidad. En literatura también avanzamos hacia una desaparición de la clase media. El premio sobrevive gestionado por Tribuna Ciudadana, asociación depositaria de la confianza de Juan Benito y Lola Lucio que miman el Tigre. El animal resiste gracias a un jurado que lee como una fiera, implicándose en los textos, y procura que su juicio no se vea condicionado por factores espurios. Desempeñan gratuitamente su labor para mantener vivo un proyecto que este año rescata a dos escritores más del peligro de extinguirse. Mi gratitud a los profesores, escritores, bibliotecarios: Ángela Martínez, Eduardo San José, Fernando Menéndez, Vicente Duque y Natalia Cueto. Necesitamos gente así ahora que la cultura es el eslabón débil. Aunque a veces un diablo me sople al oído malos pensamientos: quizá se aprovechan de nuestro amor al arte y sería mejor que todo estallara de una vez.