Ignacio García May

No he visto aún el montaje de Carlota que se presenta en el CDN, pero la recuperación de esta pieza me parece una noticia excelente. Si bien todavía hay quien la califica como obra menor, creo que se trata de uno de los textos mejores y más hermosos del teatro español del siglo XX. Siempre he creído ver una cercanía entre Carlota y La vida secreta de Sherlock Holmes, aquella película de Billy Wilder a la que, no por casualidad, le costó también muchos años ser reconocida como la obra maestra que es. Con motivo de su estreno, un crítico escribió: "Wilder vino a burlarse y se quedó para venerar". Algo así sucede en Carlota: Mihura, gran aficionado a la novela policial, empieza su historia como una parodia del género, pero al igual que Wilder descubre enseguida que no le importa tanto la pirueta estilística como la complejidad emocional de sus personajes. Justo entonces Carlota deja de ser divertida, pero es porque lo que sucede empieza a interesarnos de verdad. Comprendemos que lo de menos es el relato policiaco; lo formidable es que la obra es una monumental andanada contra el puritanismo. Carlota, desde un ámbito de doble represión (por la época victoriana en la que tiene lugar la acción y por el periodo de la dictadura en que se escribió el texto), defiende el amor como placer e imaginación. Sus presuntos crímenes son una suerte de juego erótico con el que estimular la pasión de un marido gris. El extraordinario final de esta comedia triste demuestra lo grande que Mihura podía llegar a ser, recordando, de paso, aquella frase célebre de Jim Thompson: "Hay muchas historias, pero sólo un argumento: nada es lo que parece."