J.J. Armas Marcelo

A lo largo de todo el almuerzo, Octavio Paz no dejó de atacar con sarcástica dureza ciertos episodios de la novela Cristóbal Nonato, de Carlos Fuentes. Era junio de 1987, durante el Congreso de Escritores que Ricardo Muñoz Suay organizó en Valencia para conmemorar el 50° aniversario del Congreso Antifacista de 1937. En esa comida, en un restaurante que he buscado después hasta la extenuación sin poder encontrarlo, Paz hizo el chiste del texto de Fuentes, un chiste interminable y brillante, sobre todo del viaje por las páginas de papel del proyecto de quien después sería el protagonista de la novela. Una y otra vez salió el nombre de una playa, cercana a La Paz, capital de Baja California Sur, situada en el mar de Cortés, una playa que años antes habíamos visitado una turba borracha de escritores encabezada por Carlos Barral. Fuimos invitados por el gobernador del Estado a pasar unos días en La Paz "a cambio de un trabajito", según nos propuso en el Distrito Federal: unas charlas en la televisión del Estado sobre la España nueva de la democracia y la libertad.



Desde que llegamos a Pichilingüe, Barral no hizo otra cosa que pedir avalón, esa especia de marisco que en Chile llaman loco y que a tanta gente le encanta. Nosotros, el resto de la banda, nos conformamos con manjares tan exquisitos como el avalón, pero menos conocidos entonces: lisas, una especie de sardina de mar interior, envueltas en papel plata y asadas en ramas mojadas de matorrales cercanos y, sobre todo, almejas chocotalas. Pasamos allí una semana inolvidable, brindando por los amigos presentes y los enemigos ausentes, que no eran en verdad muchos.



En el almuerzo que tuvimos en Valencia, yo quedé muy sorprendido por los ataques de Octavio Paz a Carlos Fuentes, porque había leído unos días antes el prólogo del poeta mexicano a un tomo, el primero, de las obras completas de Carlos Fuentes que estaba editando Aguilar. La brillantez de Paz, en la expresión verbal y gestual, aumentaba mi asombro porque en el prólogo a las obras del novelista el poeta escribió todo lo contrario de lo que estaba diciendo mientras degustábamos todos una suerte de bullabesa única, que no he vuelto a encontrar en toda mi vida y en ningún lugar. Ocurría que ya había sucedido la ruptura total entre los dos monstruos de la literatura mexicana contemporánea y Paz lanzaba la piedra en público, un público reducido pero con memoria, ya ven, reducido y exquisito, entre los que estaban los Tusquets, que fueron quienes invitaron, y los Vargas Llosa.



En la playa de Pichilingüe que aparece en Cristóbal Notato no hay el chiringuito del que nosotros nos alimentábamos con chocolatas y lisas, en la misma orilla: un criadero de almejas en el fondo del agua clara y, al lado, un laguito donde agarrar con las manos si uno quisiera el manjar marino llamado lisa. Vaz de Soto se perdía durante horas dando vueltas y más vueltas por toda la arena de la bahía de la playa, y Bryce Echenique y José Esteban cantaban interminables rancheras.



Cuando sale el nombre de Pichilingüe en cualquier conversación de hoy, asocio el nombre de lo que también es hoy una playa de turismo de lujo a mi estancia en aquellas arenas y a la larga diatriba de Octavio Paz contra Cristóbal Nonato. Aquella pelea enconada no se arregló nunca. La leyenda según la cual Paz y Fuentes se vieron en el lecho de muerte del poeta poco antes de fallecer el autor de Águila o sol forma parte de episodios imaginarios que nunca llegaron a constatarse verosímilmente. Paz murió en paz, aunque destrozado por el incendio de su biblioteca, y Fuentes lo hizo mucho más tarde, tal vez de una forma inesperada, cuando esperábamos tenerlo mucho más tiempo entre nosotros. Ahora me imagino a Cristóbal Nonato, o su espermatoziode (como decía Paz en el almuerzo), página arriba y abajo de su novela, arena tras arena en la playa de Pichilingüe, con el sol cayendo a plomo sobre las aguas interiores y aquietadas del Mar ce Cortés. Una maravilla inolvidables. Ya nos faltan muchos amigos de aquellos y nosotros mismos, los de entonces, nos parecemos en algo pero mucho más viejos y conservadores. ¡Ah, la juventud, un error fantástico que se cura con el tiempo!