El mes pasado 562 escritores de 82 países firmaron el manifiesto Escritores contra la vigilancia masiva, cuyo fin era la denuncia de la copia y transmisión de datos de los ciudadanos, que empresas y Gobiernos llevan a cabo en la Red. ¿Dónde depositamos nuestra intimidad? Lo primero que choca es la creencia de que algo que voluntariamente depositamos en un archivo digital se halla más deslocalizado que documentos que firmamos en un papel ante un notario, y ello tiene que ver con lo que a finales del siglo pasado se llamó utopía digital, la cual presentaba el futuro de la Red como una suerte de paraíso terrenal llevado al ámbito digital, un limbo que finalmente resultó ser una "deslocalización" empresarial: siempre hay un lugar más allá de Occidente donde encontrar mano de obra barata, personas que, gratis, vertemos cada día miles de datos para que otros obtengan un beneficio. Por ello, pensar que las redes sociales son lugares desde donde puede iniciarse una revolución es tan ingenuo como creer que el mapa es el territorio. Olvidamos que las redes sociales son corporaciones, empresas, tienen dueño, y en el momento en el que molestes más de la cuenta cogen las tijeras y en base a una política de contenidos que firmamos sin leer, te cortan la conexión. Mientras jugamos a activistas en las redes sociales, lo verdaderamente interesante se está haciendo en otros lugares, a nuestras espaldas. Es como esos parques urbanos, por los que paseas maravillado de la existencia de semejante espacio de libertad hasta que llegas a la verja de entrada y ves la lista donde se detallan las prohibiciones del interior del recinto, que cada año aumentan. No puede hablarse de arte en la Red sin una confrontación de mayor o menor intensidad con las normas de la propia Red.