Image: La Transición española

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Opinión

La Transición española

24 enero, 2014 01:00

Se ha iniciado la revisión de la historia. El paredón y el garrote están al caer. Gregorio Morán, periodista integral al que si le cortan su lengua libre estoy seguro que le retoña, habla de la transición española con motivo de la publicación de su libro La decadencia de Cataluña contada por un charnego. Morán es un proscrito en tierra de hipócritas, sepulcritos blanqueados y traidores natos, y así ha de entenderlo él primero que nadie: el que escribe aquí ya no llora, se ríe con sorna y sarcasmo de la mediocridad ambiental e histórica, pero se proscribe. Vivimos en la apoteosis de la mediocridad, afirma contundente Alberto Corazón (y creo que él es protagonista y cómplice del asunto), y así lo hicimos todo, desde la transición al baile de los malditos idiotas que fue el tripartito en Cataluña. Afirma Gregorio Morán, y no le falta razón, que entre Zapatero y Maragall hubo una carrera de obstáculos por probar quien era políticamente más irresponsable. En mi criterio han quedado empatados, envueltos en mantos de frustración y olvido, camino del infinito y de las nubes llenas de nada.

Afirma también Morán que la transición no la hicieron gentes de recibo y a la altura de las circunstancias, sino todo lo contrario: personajes y personalidades dispuestas a "ceder" en sus principios con la coartada mayor de hacer una democracia. Lo cierto es que la transición española, tildada de modélica por unos y de traición por otros, tuvo de las dos cosas: muchos traidores y algunas posturas fuera de las costumbres históricas españolas de la hipocresía. Desde el Rey a Santiago Carrillo; desde Adolfo Suárez a Felipe González, desde la ultraderecha a la ultraizquierda, desde el Ejército a la Iglesia, todos se dejaron pelos en la gatera y al final la transición fue y se fue en un suspiro para regresar, como siempre en España, a la disputa. Por eso pasa lo que pasa, además de otras cosas penosas, sobre todo la corrupción rampante, que parece un escudo de armas de cada casa gloriosa en esta democracia decadente. Claro que Cataluña no se libra. Ahí está Sicilia en decadencia, aprovechándose de la debilidad y la ruina del Estado para quebrar la Historia de un país que, entre el Quijote y Sancho, lleva quinientos años preguntándose por él mismo y generando una expectativas que nunca se cumplen.

Recomiendo la lectura reflexiva de La decadencia de Cataluña contada por un charnego, uno de los pocos seres que conozco que ni se vende ni se compra: he oído de Gregorio Morán las peores y las mejores cosas que pueden decirse de un cronista y un periodista. Sólo sé a estas alturas que nada de lo malo que me dijeron de él fue verdad; que quienes me lo dijeron lo hicieron bajo la influencia de la envidia o de otra cosa peor, la ideología como superstición sectaria; que quienes me hablaron mal de él, como persona, y de su trabajo profesional, no son más que alimañas inmorales pegadas siempre al establishment que más calienta. Por eso es un francotirador irreductible, donde pone el ojo pone la bala. Y por eso es un proscrito. Es de agradecer que el cronista que carezca de miedo llame a las cosas por su nombre, aunque el diluvio de los mediocres le caiga arriba hasta lapidarlo.

Hay también una larga tradición para los proscritos en España, para el exilio interior y para el atrevimiento, desde Quevedo a hoy, cuando el charnego que hay en el cronista no quiere ni agradecimientos, ni aplausos, ni agradece ni aplaude tampoco él a la clase política. El otro día en Canarias, uno de estos decadentes que se acercó a hablar de Cataluña dijo en los medios que "Canarias tenía ahora una gran oportunidad porque España estaba muy débil". Resulta que el tipo es incluso portavoz de la Generalitat y habla un correcto español sin que él sepa muy bien qué es lo que está diciendo y queriendo decir. Como el "madelman", como con sarcástico cariño llama Marsé al Honorable President de la Generalitat, experto en enviar cartas mal escritas a los mandatarios europeos. La decadencia catalana es ya una evidencia que hace agua por las múltiples goteras que el tripartido dejó como deuda.