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Melancolía instantánea
Gonzalo Torné
Ustedes no tienen por qué conocer a Hannu Luntiala, pero este escritor finlandés merece su cuota de reconocimiento por haber escrito allá en el año 2007 la primera novela compuesta de SMS, en este caso ficticios. Luntiala relata las aventuras de un informático que harto de las exigencias de su trabajo se despide de la empresa y se regala un viaje de placer y desarrollo personal por el sur de Europa y la India. En la novela el hombre se comunica con amigos y familiares exclusivamente mediante SMS.Según he podido averiguar se trata de SMS más caudalosos de lo habitual pues en 332 páginas nuestro protagonista apenas envía y recibe un centenar. Sin embargo, Luntiala no escribe con propósitos irónicos sino realistas: sus SMS contienen abreviaturas, emoticones y torsiones gramaticales. Luntiala considera que es un error desatender los SMS pues "al final del día los SMS pueden revelar mucho sobre la situación de un hombre". Sea o no sea así, el caso es que Luntiala le ha cogido el gusto a ficcionalizar estilos de expresión altamente especializados y su última novela se compone de una secuencia de obituarios ficticios.
No tendría mayor importancia que el título de una novela inaugural llevase el crepuscular título de Los últimos lenguajes si no fuese porque la penúltima escritora que se ha lanzado a publicar una obra de ficción enhebrando SMS (titulada Volverán las naranjas) nos venga a decir que esto se acabó, que es hora de cerrar la persiana. "Ya no nos acordamos de cómo era el SMS, costaba dinero y había que reflexionar más sobre cada mensaje, me recuerdo reescribiendo el texto antes de enviarlo. Ahora es todo más irreflexivo, el WhatsApp ha matado el romanticismo".
Sea o no cierto el fondo del argumento lo que la publicista y escritora Xisela López nos recuerda con sutileza es que a partir de ahora si encontramos un SMS en un libro (como sucede con el sidecar) empezaremos a interpretarlo como una marca del pasado. Si Mañana en la batalla piensa en mí es un libro excelente no se debe, como destacó en su momento parte de la crítica, a la inclusión en la trama de un contestador automático de cinta, a punto como está el pobre de reclamar una nota explicativa.
Añadiría que lo que más me interesa de las declaraciones de Xisela López es el tono melancólico que desprenden. Un rasgo distintivo de mi generación es su hipersensibilidad nostálgica: ahí están las sesiones vintage en cines, la enumeración sentimental de las marcas o el éxito de Yo fui a EGB, cuyo lema es extraordinariamente certero: "no somos nostálgicos, más que nada porque no hay nostalgias como las de antes". El fenómeno es apabullante.
Una explicación plausible sería que experimentamos una profunda fractura tecnológica (¿no celebramos la tecla de borrado en las máquinas de escribir eléctricas y el grumo de Tipp-ex que escupían casi como un prodigio?) que sin exagerar ha partido en dos muchos de nuestros hábitos sociales y comunicativos. El paso del SMS al WhastApp no tiene desde luego la misma magnitud, pero las palabras de López indician que también pueden dejar un residuo emocional de alejamiento y pérdida, y en la medida que el mercado anima a un reemplazo casi continuo parecemos abocados a una melancolía casi instantánea.