Gonzalo Torné

Hará cosa de un mes en este mismo suplemento, Agustín Fernández Mallo hizo unas declaraciones que matizaban su relación con el pop y la escritura fragmentaria con la que suele asociarse su obra, reivindicando así su libertad para disentir de sí mismo y encaminar su escritura hacia donde le viniese en gana, un derecho que debería asistirle siempre a un escritor, y que parece conculcado por un hábito cada vez más arraigado en la Red: identificar al artista con una marca.



Me llamaron la atención dos declaraciones: "Mis libros están profundamente comprometidos con la realidad, basta leerlos para ver qué temas tratan" y una defensa de su generación como "la única realmente renovadora de los últimos diez años". Ciertamente, los libros de Fernández Mallo, recorridos por una facilidad asociativa de la que con mucha frecuencia se desprenden imágenes de insólita belleza, ofrecen un inquietante recorrido por hábitos de consumo y espacios despersonalizados que son propios de un presente que hasta hace cuatro días también parecía, para ser justos, descargado de inquietudes políticas.



Ahora bien, sorprende en este contexto de revaluación Mallo insista en que existe una manera de narrar "decididamente renovadora" y "única". Mallo no cita ningún ejemplo, pero parece insinuar que el mundo ha adquirido en el presente una forma particular, que se esconde tras una cerradura que sólo puede abrir la llave de una poética concreta.



Si aceptamos que la Red es un laboratorio del futuro, sería bueno contrastar allí algunos de estos preceptos. Uno de los más insistentes nos dice que la "crisis del sujeto" ha dejado obsoletos a los personajes. La idea parte de un equívoco: lo que entró en crisis fue el sujeto sobre el que Descartes pretendía sostener el edificio de la Verdad, una esperanza a la que puso fin Hume en 1739. De manera en el siglo XIX el caso pertenecía ya a los tiempos del abuelo de Dickens.



Los personajes de las novelas no son sujetos filosóficos sino egos imaginarios con los que el escritor explora figurativamente distintas áreas de la realidad. Trasuntos de los propios egos inseguros, anhelantes, deseosos de darnos a conocer y de vivir con provecho que albergamos cada uno de nosotros. Hace años que se espera o se augura la aparición de sujetos colectivos, y no dudo de que se puedan encontrar manifestaciones incipientes, pero si uno atiende a los hábitos corrientes de las redes sociales asistirá a una auténtica eflorescencia del ego, distribuido y multiplicado por las distintas plataformas de una manera impensable en el XIX. Ya no se trata sólo de escritores, artistas plásticos o músicos interesados en su "marca", miles de personas abren cuentas a su nombre en distintas redes donde expresan sus gustos y sus aspiraciones, donde se afirman y simulan, y establecen alianzas y amistades; expresan, en definitiva, los rasgos propios del ego con el que se fermentan los personajes de ficción, hasta un extremo que parece inconcebible una poética novelesca atenta a la realidad del presente que pueda darles la espalda y prescindir de ellos.

Diseminarse

Entre reportajes y películas japonesas quien más quien menos está familiarizado con la figura del Hikikomori. Aunque cuando abandonan la vida social no tienen porque recluirse exclusivamente en la Red, parece ser que en la mayoría de casos se trata de su fuente principal de distracción, de manera que probablemente sea un Hikikomori quien tenga la experiencia continua más prolongada de conexión a la red. De lo que no tenemos indicios es sobre quién sería el usuario (o el perfil de usuario) que ha diseminado su nombre en más redes sociales, ni siquiera existe un censo estable (dada la variedad de usos y las especificidades de cada país) que permita establecer comparaciones fiables. El cómputo de horas invertidas en el conjunto de redes sociales permite establecer en qué país y continente se emplean más, con predominio del Brasil, pero parece que nadie se ha preocupado por averiguar dónde reparten más los usuarios su identidad. Lo que sí he comprobado en las páginas que rastrean las nuevas patologías que origina la Red es que esta diseminación, a diferencia de la exposición prolongada, no se considera nociva.