Ignacio García May

"Mi trabajo, concebido como homenaje al teatro y al propio Fernán Gómez, ha sido cuidadoso, modesto y respetuoso. Puedo decir sin falsa modestia que todo lo bueno que ustedes encuentren en el texto se debe al talento del añorado FFG. De lo que les guste menos, pueden echarme la culpa". Así se expresa, en el programa de mano de El viaje a ninguna parte, su adaptador, Ignacio del Moral. Pero se equivoca mi admirado tocayo. Porque aunque ciertamente la novela y la película de Fernán Gómez ocupan un lugar especial en el corazoncito de los españoles, lo que convierte a esta producción en imprescindible es la soberbia adaptación que tanto Del Moral como la directora Carol López han hecho de los materiales de origen. Pese a lo que pueda parecer, no era nada fácil trasladar esta historia al teatro; dramaturgo y directora han conseguido eso tan difícil que consiste en ser fieles al original sin renunciar a la propia mirada. Como además los actores están para comérselos y el equipo técnico y artístico es de primera, el resultado es uno de esos espectáculos que le alegran a uno el alma. La noche del estreno hubo quien hacía una lectura política de la obra: como si fuera una reivindicación de los cómicos en tiempos negros para la cultura. Pero creo que si fuera sólo un homenaje al teatro nos interesaría únicamente a los profesionales; y por el contrario emociona a todos los públicos. Esto es porque lo que se cuenta aquí posee una contundente dimensión mitológica: es el retrato compasivo de una humanidad cansada, hambrienta y dolorida que pese a las humillaciones recibidas no deja nunca de seguir camino adelante. Siempre cantando; siempre bailando.