Image: Gala y flor

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Opinión

Gala y flor

14 marzo, 2014 01:00

Arcadi Espada

El Caballero de Olmedo es uno de los grandes episodios de mi discontinua afición al teatro. Su primera maravilla es que va en serio: sus temas son el camino, el amor y la muerte, quién da más. Su segunda es la canción, que añade la noche y el recuerdo. Parece que Lope escribió la obra subyugado por la canción, como yo he estado siempre. La gala de Medina, la flor de Olmedo. Y, a mi juicio, esta comprensión del papel de la canción y el descubrimiento, a veces magistral ¡y en forma de tango!, de la música entera sepultada en los versos es el acierto profundo de este montaje de Lluís Pasqual, estrenado en el teatro Pavón de Madrid (tan incómodo, con sus adolescentes desinteresados y nerviosos en estricta búsqueda de créditos para cualquier trabajo de curso) y que ahora se exhibe en el Lliure de Barcelona. Pasqual organiza la obra con la escenografía de una fiesta flamenca. Hay música y cante, pero la novedad es que en la fiesta se cuela la historia de un hombre que mataron porque amaba a la mujer destinada a un capo: no otra cosa ni más noble es el criminal don Rodrigo. El suave y elegante efecto distanciador desecha la ingenuidad naturalista y facilita que el director corte y cosa el texto a su antojo, que es buen antojo.

Como con la Carmen de Book, como con el Amadeu de Boadella (por poner dos maravillosos cabos autobiográficos) la música limpia, por así decirlo, la escritura, y el texto resultante llega al espectador sin mayor ruido de trama, directo y potente, conmovedor hasta el escalofrío. No sólo cumple la música funciones retóricas. La música también consuela dulcemente el ánimo de los que están oyendo la narración de la historia. Y eso es impagable tratándose de la obra más triste y desolada del teatro clásico español.