Image: Un esclavo, un amigo, un siervo

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Opinión

Un esclavo, un amigo, un siervo

21 marzo, 2014 01:00

Ignacio García May

"De bien nacidos es ser agradecidos", dice un refrán, y estoy de acuerdo. Sin embargo me produce bochorno leer o escuchar a esos colegas que, en la vida real y en las redes sociales, se pasan la existencia elogiándose mutuamente y, sobre todo, agradeciéndole a los importantísimos Fulano y Mengano el grandísimo honor de haberles permitido ser su felpudo durante un rato. A ver si nos entendemos: cuando a uno le contratan para un trabajo se supone que es porque posee la capacitación profesional adecuada para llevarlo a cabo, de modo que ¡a otro perro con el hueso del agradecimiento! Trabajamos: nadie nos regala nada. Más aún; teniendo en cuenta que la industria no suele ser particularmente generosa desde el punto de vista económico, y que entre los Perenganos de turno abundan los prestigios de pacotilla, son muchas veces ellos quienes deberían darnos las gracias por sacarles las castañas del fuego. Lo que pasa es que, como en este país (y no sólo en el teatro) no es la calidad del profesional sino sus contactos y su habilidad social lo que, demasiado a menudo, deciden su fortuna, mucha gente opta por invertir el esfuerzo en "hacerse amiguitos", como dice un presentador de la tele que vive en la patética ilusión de que los actores de Hollywood son colegas suyos. Aparece así el síndrome Fernando Galindo, dicho sea en recuerdo de aquel personaje que López Vázquez interpretaba en Atraco a las tres: "un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo", le decía Galindo a una clienta pizpireta que le ponía ojitos. Luego, claro, resultaba que la señora sólo estaba aprovechándose de Galindo para robar el banco. Y sin compartir un céntimo.