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¿Gratis?
Gonzalo Torné
Los éxitos y las limitaciones de la gratuidad de contenidos en Internet son un asunto tan recurrente que nos hemos mantenido ajenos en esta sección. Menos conocido es un problema derivado: la demanda habitual de colaboraciones gratuitas. Nos servirá para situarnos un post de Javier Calvo donde declaraba que no iba a volver a trabajar gratis para terceros. Calvo expone cómo ha evolucionado la mentalidad de los 'emprendedores' desde que él empezó hasta desembocar en una situación donde "han conseguido inocularnos a todos la idea de que esto es normal, que a quién se le ocurre pedir dinero por escribir", y arremete después contra la inercia de quienes aceptan alegremente estas condiciones: "escribir gratis contribuye a degradar la vida de los trabajadores del mundo de la cultura, provoca sufrimiento, empobrecimiento material, cultural y moral". Al post le sigue un debate con más de sesenta intervenciones donde salen a relucir los argumentos habituales de la parte contraria: la adquisición de valor simbólico, la carnívora competencia entre licenciados por darse a conocer, el deseo de contribuir a un proyecto cultural valioso que no dispone de capital...Retomo el tema a colación de un estado de Facebook del filósofo Alberto Santamaría: "No sé, pero al próximo que me vuelva con la cantinela del morro de las revistas que les ofrecen escribir y que si no pagan y que si son unos caraduras, y que si... y que luego, esos mismos se dedican a llenarle de contenidos a esos tíos de Facebook por la cara". Santamaría, en el tono brioso y retador que suele emplazar cuando se desmarca de la retórica académica, le daba la vuelta al supuesto de nuestra relación con Facebook: nos invita a que dejemos de pensarla como una empresa que renuncia a cobrarnos por sus servicios, para empezar a verla como una suerte de gigantesca revista de digital, cuyo negocio crece y crece (¡y vaya si crece!) vampirizando las horas que le entregamos desinteresadamente. La analogía funciona porque a diferencia de lo que ocurre con el teléfono aquí la comunicación entre usuarios se expone, se comparte de manera imprecisa (es raro que uno se acuerde de todos y cada uno de sus "amigos") y deja un residuo visual que puede ser consultado.
Santamaría no desarrolla la idea (todo apunta a que la humorada sólo pretendía sacarle los colores a quienes defienden la posición de Calvo) pero ante la creciente sospecha de que el negocio de los "servicios gratuitos" se apoya en la comercialización de los perfiles de sus usuarios, puede servir para reanimar el debate sobre la conveniencia de apuntarse a redes sociales sin ánimo de lucro (también existe una iniciativa pública, pero no sé si muchos ciudadanos estarían dispuestos a facilitarle al estado un acceso sin restricciones a sus "residuos comunicativos"). El gran enemigo de este trasvase hacia redes sociales "limpias" lo encontramos una vez más en la dificultad casi endémica de dinamizar propuestas civiles; en la misma inercia o "resignación natural" a la que Javier Calvo responsabiliza de haberse pasado más de diez años trabajando, por gracia et amore, en contra de sus intereses.