Gonzalo Torné

"Intenté retirarme pero a la semana estaba aburrido", así justifica Luis von Ahn su insistencia en seguir trabajando después de inventar a los 21 años la prueba casi universal para saber si un formulario en Internet ha sido cumplimentado por un humano o por un ordenador. Von Ahn visitó España el mes pasado para recibir el Premio Cortes de Cádiz al "Joven Emprendedor", y con un entusiasmo contagioso relató las ideas que ha desarrollado en este periodo de investigación "voluntaria": un método gratuito para aprender idiomas, un sistema de visitas médicas por skype, y una estratagema para redigitalizar libros aprovechando las palabras que los usuarios teclean mientras navegan.



Pero si Luis von Ahn está presente en nuestras vidas casi a diario es gracias a su primer invento: la serie de caracteres distorsionados que tenemos que reconocer antes de entrar a un número significativo de páginas (correo, foros, encuestas...). El CAPTCHA (iniciales en inglés de Prueba de Turing Completamente Automática y Pública para diferenciar Ordenadores de Humanos) es útil porque supuestamente la "inteligencia" de una computadora no puede reconocer los signos. Así se evita la invasión de spambots diseñados para enviar correos basura, manipular encuestas o apoderarse del "sentir general" de un foro.



Recalco este "supuestamente" no sólo porque Von Ahn esté convencido de que es posible reproducir en una computadora los circuitos químicos del cerebro humano, sino porque en su estado actual de desarrollo el captcha tiene debilidades que obligan a sus programadores a seguir rompiéndose la cabeza. La más evidente afecta a los usuarios con problemas de vista, para los casos más graves se están diseñando sistemas de reconocimiento de voz (todavía embrionarios). También para facilitar el acceso de los que vemos más o menos bien se tiende a sustituir las distorsiones por fotografías de números de calle: lo bastante irregulares para cerrarle el paso al spambot, y lo bastante nítidos para no dejarnos las pupilas tratando de adivinar la silueta del guarismo.



Los sistemas tienen que complicarse también porque algunos invasores han empezado a recurrir a mano de obra barata, para quienes resolver un captcha no supone ninguna dificultad. Entre los nuevos escollos se incluyen palabras inventadas (que invitan a imaginar cuál sería su dominio semántico: sctoddi, viesFren, scuredo, derncite) o juegos aparentemente sencillos que exigen para resolverlo ciertas destrezas culturales. Y dado que también requieren cierta familiaridad con productos norteamericanos como los bidones de leche, el béisbol y la NBA al final uno ya no sabe si le piden que demuestre su humanidad o si le están preguntado: "¿eres estadounidense?".

Inteligencia artificial

Pese al aparente optimismo que expresa sobre la equiparación de la inteligencia artificial con la humana lo cierto es que Luis von Ahn no se atreve a barruntar una fecha. Más allá del titular reconoce no estar nada seguro de que comprendamos cómo funciona el cerebro. Mucho menos comedido se muestra Raymond Kurzweil (músico, empresario, escritor, y científico) que ha calculado que dispondremos de "máquinas espirituales" al rebasar 2050. En el campo de los dispositivos Kurzweil tiene fama de futurólogo: adivinó que los móviles serían cada vez más pequeños y el auge de las conexiones inalámbricas. Kurzweil se atribuye también el vaticinio de la caída de la Unión Soviética, aunque no sé yo si el motivo que anticipó (la liberación de las comunicaciones gracias al fax) puede considerarse decisivo. La predicción de Kurzweil se funda en el descubrimiento de que las tecnologías de la computación han crecido de manera exponencial; en la línea de los economistas mainstreim antes de 2008, presupone que el crecimiento seguirá incrementando su velocidad hasta rebasar cualquier impedimento. El argumento de Kurzweil choca con las teorías de filósofos y neurólogos que asombrados por la complejidad del cerebro humano aprecian un abismo insalvable entre la inteligencia humana y artificial. Al fin y al cabo, tampoco la mejora de la aeronáutica garantiza que al ser humano le vayan a crecer alas. De momento, incluso para resolver algo tan elemental como un captcha parece preferible recurrir a la mano de obra humana.