Image: Rambal

Image: Rambal

Opinión

Rambal

2 mayo, 2014 02:00

Ignacio García May

Ahora que queda lejos la Semana Santa quizá sea el momento de recordar a Enrique Rambal, siquiera porque el espectáculo más famoso de este casi olvidado fabricante de éxitos fue El mártir del Calvario, versión espectacular de la Pasión de Cristo estrenada en 1921 y que veinte años después había alcanzado la friolera de cinco mil representaciones. Rambal fue el protagonista, coautor de la obra, director, y empresario; y cuando los años empezaron a pesarle permitió que su hijo le sustituyera en el papel de crucificado, pero continuó al timón del espectáculo. Rambal es un raro, rarísimo, de nuestro teatro, pero aún no se ha convertido, como merece, en figura de culto; pide a gritos su propio biopic. Por el momento nos conformamos con la imprescindible biografía que recientemente le ha dedicado Francisca Ferrer Gimeno, quizá la mayor conocedora de este teatrero fabuloso. Rambal hacía del teatro una experiencia literalmente espectacular: en El mártir del Calvario utilizaba proyecciones y había una escena donde, gracias al diseño de luces, Cristo caminaba sobre las aguas. En 20.000 leguas de viaje submarino se representaba el fondo del mar, utilizando, de nuevo, proyecciones que habían sido filmadas en los estudios de la UFA, y se hacía un desfile de animales vivos. Le gustaba el fuego: en Rebeca, Miguel Strogoff y El incendio de Roma provocaba auténticas llamaradas en escena. Se cuenta que en cierta ocasión se quedó tanta gente fuera de una función de El mártir que Rambal anunció que se prorrogaría; pero lo hizo desde la cruz, donde representaba el final de la obra. Si no es verdad, merece serlo. l