Image: Sitios que nunca visitaremos

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Opinión

Sitios que nunca visitaremos

2 mayo, 2014 02:00

Gonzalo Torné

Cuenta Stephen Hawking que al entregar el manuscrito de lo que sería Historia del tiempo su editor le dio un consejo que marcó la suerte favorable del libro: "Cada vez que aparece una ecuación en la página la mitad de los lectores te abandonan". Un consejo parecido se escucha entre los novelistas en relación a los sueños que tejemos mientras dormimos: mejor evitarlos. En ambos casos se tratan de experiencias casi privadas de las que apenas podemos participar los lectores comunes.

El equivalente en el ámbito de las relaciones sociales bien podría ser la descripción de un viaje sobre todo si el interlocutor no ha visitado la región. Como intento dar la lata lo menos posible codicio la conversación con los conocidos que regresan de algún país donde he pasado una temporada. Así que hará unos meses me llevé una considerable decepción durante una cena en la que un buen amigo desdeñaba conversar sobre su paso por Estambul con el argumento de que era un viaje que uno podía hacer cómodamente valiéndose de la Red.

El argumento parece estar asentándose, con cierta frecuencia escucho personas que prefieren emplear el ordenador para callejear, ver monumentos emblemáticos y leer sobre costumbres locales, sin pasar por el suplicio de los aeropuertos, las maletas, los cambios de temperatura, las cocinas exóticas, las hordas de turistas y cualquier otra "penalidad" de viajero que se les ocurra. Confieso que he invertido algo de tiempo recorriendo la Panamericana, admirando ruinas o callejeando por algún casco viejo. Pero no le veo la gracia, echo de menos la emoción de lo concreto, las gustosas notas sensoriales. La experiencia que nos ofrece la Red es la abstracción de un viaje, algo así como en si lugar de probar los platos de un restaurante nos conformásemos con una lectura minuciosa de la carta.

La clase de viaje que sí merece la pena recorrer por la Red es a esos sitios donde nunca podremos estar. Y no me refiero tanto a destinos difíciles por la distancia o el coste, sino a imposibilidades insalvables. Es el caso de los mapas en tres dimensiones que ya permiten desplazarse por la Vía Láctea, o que ponen al alcance del viajero distancias de trescientos millones de años luz como el que preparan en la Universidad de Hawai, y que permitirá viajar por el supercúmulo de cien mil galaxias entre las que está encajada nuestra diminuta e inconcebiblemente espaciosa Vía Láctea.

Pese a que los asteroides, el polvo estelar y los cúmulos lumínicos de estos mapas son reproducciones digitales el internauta no tiene aquí la sensación de recorrer un paisaje abstracto. Parece más bien que la idea abstracta de universo (ante cuyas dimensiones se arruga la imaginación) se desenvuelve en particularidades sensoriales, que aquí se nos ofrece la única experiencia que podemos tener de esta profundidad inhóspita.

En medio de un acaloramiento (a los que era bastante propenso) Tolstoi escribió en su diario que le emocionaba más el drama de un individuo insignificante que todo ese despliegue de frías galaxias indiferentes que tanto fascinaban a los poetas de su tiempo. Tiendo siempre a darle la razón al viejo Conde, pero igual hubiese vacilado un poco de haber llegado a tiempo de "experimentar" estas cartografías tridimensionales de la inmensidad.

El universo en expansión

Las dificultades para trazar un mapa del universo son considerables, empezando porque no se conoce dónde termina ni si se termina, y acabando porque un volumen considerable de la materia y la luz que se supone que está ahí no podemos verla. El proyecto más descomunal del que tengo noticia es el SDSS-III con nada menos que cuatrocientas mil galaxias (a ojo de buen cubero) que el internauta puede recorrer como si comandase una nave espacial (claro que mucho más rápida). A los responsables les gusta calificarlo de "Catálogo cartográfico del Universo" pensado para que vayan incorporándose los nuevas datos que inevitablemente vayan a descubrirse. De manera que el mapa más extenso jamás proyectado bien podría ser también el más ambicioso proyecto de ciencia colaborativa.