Gonzalo Torné

Si me preguntasen por quién ha reflexionado con mayor tino sobre la mutua influencia entre la escritura en la Red y la literatura de vanguardia enseguida me viene a la cabeza el nombre de Kenneth Goldsmith. Poeta afincado en Nueva York (de quien ya hablamos en esta sección a propósito de su inquietante página-contenedor-archivo), y un pájaro de cuidado a cuyo lado muchos de nuestros vanguardistas lucen como tímidos diplodocus. Y no lo digo sólo por el aspecto de Goldsmith, que gusta de retratarse con bombachos y babuchas, estampados fractales, barbas de predicador, abrigos de piel y trajes a cuatro colores que le dan un aire a villano de Batman, sino por las muy coherentes e implacables conclusiones a las que ha llegado.



Goldsmith define la Red como "una máquina gigantesca dedicada a generar escritura". Señala que es relativamente sencillo con un ordenador corriente acceder a millones de frases y después "cortarlas, copiarlas y pegarlas" para elaborar nuevas parrafadas, de manera que hoy en día el lenguaje se "desplaza a una velocidad única en la historia". Ante esta abundancia de "escritura" Goldsmith adopta la voz de un moralista para declarar que es "un sinsentido infligir nuevos textos al mundo" y augura que "la nueva escritura consiste en no escribir", lo que no implica una renuncia a publicar sino al compromiso de no "crear" o "inventar" lo que puede reciclarse de la ubérrima cantidad de lenguaje que flota en la Red. Goldsmith asegura que sus esfuerzos van encaminados a asfixiar su emoción subjetiva, a operar cada día de manera más mecánica. Algunos de los proyectos poéticos de Goldsmith incluyen la reproducción de un ejemplar completo del New York Times (anuncios incluidos), los partes climatológicos de un año natural, o la transcripción de la locución radiofónica de un partido de béisbol "soporífero entre los Yankees y los Red Socks". Llegado a este punto es probable que el lector se sienta impaciente por exclamar: "bueno, basta ya, quién va a leerse toda esta bobería (Goldsmith, por cierto, se define como un dumb writer), página a página, hasta el punto final". Y aquí viene al caso el movimiento magistral de Goldsmith: "Yo no tengo lectores, no se trata de eso, mis libros son aburridísimos y leerlos sería una experiencia espantosa".



Goldsmith reconoce que a una "escritura sin escritura" le corresponde una "lectura sin lectura" donde ya no se trata de deslizar la mirada (y la mente) sobre las letras que componen en texto en busca de placer o sentido, sino de generar debate, reseñas, comentarios o polémicas en torno a la idea generatriz del libro. El aparente cinismo de Goldsmith también pude interpretarse como un sincero reconocimiento a la cantidad de poesía y de novela que se "elabora" ajena a la seducción de los lectores, deseosa de incorporarse a la exhibición académica o el Grand Slam de festivales literarios. Lo que trazaría una incómoda frontera entre una vanguardia profesionalizada que se siente cómoda evitando la lectura atenta, y mucha de la escritura de la Red entregada a la caza de lectores.

Escribir y dibujar

Antes de que la Red inspirase a Goldsmith ya se hablaba en ocasiones de "escritura sin escritura" para referirse a los jeroglíficos egipcios. Aunque también nosotros aprendemos a dibujar nuestras letras antes de que la velocidad de la ejecución nos convenza de que estamos escribiendo. La tipografía podría definirse como el arte de "dibujar" con un estilo propio los caracteres comunes de una "escritura". En la Red circulan tipografías personales elaboradas con una multitud de programas y aplicaciones. El internauta puede encontrar sin esfuerzo decenas de páginas que operan como auténticos museos virtuales de la tipografía, y también sitios donde se exponen los nuevos diseños. Y al observar estas letras formadas amontonando píxeles me entra la duda sobre si sería más correcto hablar de "escritura" o de "dibujo", y dejo para otro momento pensar cómo el mundo digital altera y complica el campo semántico de verbos dedicados a antiguas destrezas manuales.