Agustín Fernández Mallo

No es el ciudadano quien se vale de las estructuras de información que le rodean e infiltran en su cotidianidad sino que son éstas quienes lo utiliza a su antojo. Resulta incomprensible el modo en que nuestra voluntad se doblega y casi muta cuando entramos de lleno en los mecanismos que nos abastecen de información: nos creemos parte de ella, creemos que tenemos cierto protagonismo, y no, tan solo de trata de una estrategia de seducción. Somos nodos de una guerra cuyo epicentro desconocemos porque ese centro no existe, se trata de una red que bajo la excusa de combatir el terrorismo mundial pone al jaque el sistema de libertades que a través de siglos ha ido construyendo Occidente.



De esto, entre otras cosas, trata el último Premio Anagrama de Ensayo, Campo de guerra, del mexicano Sergio Gonzáles Ramírez, un sorprendente y muy bien documentado estudio del sistema de orden mundial que tras el 11-S, y de la mano de Estados Unidos, se ha impuesto en el mundo occidentalizado -con especial atención al caso mexicano-. La producción de dinero porque sí -que incluye tanto a las grandes corporaciones como al narcotráfico-, la obsesión por una seguridad que nunca llega ni llegará, ya que de hacerlo anularía una de las condiciones esenciales al ser humano: la incertidumbre respecto al entorno, y la incapacidad de los Estados para dar solución a los problemas de la sociedad compleja que hemos creado, dan lugar a este escenario de guerra descabezada y silenciosa, geopolítica y global, que este breve pero intenso Campo de guerra pone patas arriba. Un texto que, en nuestro idioma, quizá sólo podía salir de la cabeza de un pensador mexicano que ya había escrito largo y tendido acerca de la violencia en Ciudad Juárez así como de los rituales en que es escenificada la violencia.