Image: Cuadernos de matemático

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Opinión

Cuadernos de matemático

6 junio, 2014 02:00

Es, lo aseguro, una magnífica revista cultural, con cierto énfasis en el arte poético, que acaba de

celebrar su 25 aniversario. En la presentación editorial del primer número manifestaban así

sus razones:

"A veces al matemático se le saltan los números y le caen por las mejillas; entonces, el pensamiento lógico, esa excelencia laica, le anega la mirada y, desde la blanda nube que cierra el ojo mágico de nuestro alma páter, el símbolo abandona suave las correspondencias exactas, esos deliquios juveniles con que se complacen quienes creen que saben -o enseñan, vaya usted a saber...-, y se prolonga a significados que, no por ser más recónditos, más arbitrarios incluso, dejan de ser más hospitalarios.

Al matemático le gusta el juego, todos los juegos; se complace en guardar en su cartera palabras que son ya nuevas, hurgadas con ternura, como chicas que lanzaran gritos agudos: es la gracia del cardo en la terraza verdecido.

A poquitos, cuando tiene su casa sosegada, va llenando sus cuadernos con ansias de varia lección, de varia voz, de ámbito diverso.

Estos son sus cuadernos, sus papales en secreto secretados; caben aquí todas las voces, todos los ecos, todas las melodías.

Sólo se exige la buena crianza de una mediana ortografía -tampoco es cuestión de ponerse muy pensados-.

Valgan".

Y en el número del 25 aniversario dicen así:

"Hace veinticinco años estábamos más en forma, nos creíamos más guapos e inocentes. Entonces ignorábamos que la burbuja sería tan gorda que nos estallaría en las narices, que el Muro se iría a tomar viento o que las autoridades competentes nos recortarían hasta el aliento. Veinticinco años atrás acaso teníamos menos mala leche y nada sabíamos de lo porvenir, pues todas las bolas de cristal eran tan falaces como las de ahora. No barruntábamos que la criatura que nos acababa de nacer entre los folios se convertiría en un portento, pasmo de incrédulos y milagro en la maltrecha República de las letras. Echamos la vista atrás y evocamos su humilde origen, sus primeros pasos y desplantes. Hace de aquello veinticinco años, bodas de plata, cinco quinquenios, un cuarto de siglo, trescientas campanadas de fin de año. Casi nada. Pero Cuadernos del Matemático sigue siendo el sueño del rincón apartado de una lejanía donde poder encontrar maleza oscura, pedazos de cartón, latas... algunos gorriones... Continúa siendo una apuesta por la pura y permanente posibilidad, por un estado de constitutiva adolescencia, por un camino abierto y un sentimiento de exclusión, puestos en práctica tanto en el arte como en la vida... Procura ser una huida del mundo y de todos aquellos que se instalan en la madurez porque la confunden con el poder y es un deseo consciente de separarse de los coros que desafinan...

No sabemos por qué te contamos hoy esta historia, Gombrowicz, porque ni siquiera sabemos si es una historia, porque ni siquiera sabemos cómo contártela...".

He querido transcribir las dos editoriales porque permiten sentir el ánimo, el espíritu y la actitud mental de los fundadores y los directores de este empeño intelectual que, aunque ellos lo digan y lo piensen, tiene poco, muy poco de milagro. Es, más bien, el resultado de una cantidad enorme de trabajo, de una sana locura por la excelencia y de una fe -sin duda laica- en que la cultura es un instrumento decisivo para mejorar la calidad de la vida, la convivencia ciudadana y, sobre todo, los valores cívicos y democráticos.

En plena guerra mundial un grupo de expertos le propusieron a Winston Churchill que tenía que reducir a cero las ayudas a las actividades culturales. El respondió: ¿Entonces para qué luchamos? Este es el género de actitud que mueve a los que han dado vida a los Cuadernos del Matemático durante veinticinco años con la ayuda del Ayuntamiento de Getafe, y de muchas empresas pequeñas y medianas y también de ciudadanos y ciudadanas que sienten el orgullo de contar con un "producto" cultural tan válido.

La celebración de este aniversario tuvo lugar en el Teatro Federico García Lorca de Getafe. Fue un acto agradable, sencillo, ascético, sin excesos verbales de ningún tipo, ni juegos de vanidades. Y, por si fuera poco, cantó Carmen Linares poemas de Federico y Miguel Hernández. Fue cosa muy buena estar allí.