Image: La misma moneda

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Opinión

La misma moneda

6 junio, 2014 02:00

Da un poco de apuro comprobar a estas alturas cómo algunos escritores siguen jactándose de escribir conectados a Internet, ya sea para documentarse o para inspirarse (me refiero sobre todo a los escritores de ficción, entre los ensayistas no suele apreciarse tanto la cosecha digital de datos), como si dispusieran de una sofisticada y exclusiva máquina del tiempo, en lugar de un equipo conectado a la Red y al alcance de cualquier hijo de vecino.

Saco a colación este asunto al paso de una nota informativa titulada nada menos que "¿Constituye Internet un enemigo para la creatividad artística?". La noticia se hace eco de que George R. R. Martin (secundario de lujo de nuestra sección) ha desvelado que escribe todas sus novelas y guiones en WordStar 4.0, un procesador de textos de 1986, apenas tres años más joven que el ratón y el interfaz de Windows (al que Martin tampoco recurre, prefiriendo DOS como sistema operativo).

Martin reconoce que en casa tiene un ordenador equipado "a la última" para el correo electrónico y para "pagar impuestos". Y esgrime dos motivos bastante particulares con los que justificar su rechazo a los procesadores de texto "modernos": no le gusta que el corrector ortográfico le riña cada vez que escribe "Targaryen" o "Lannister", ni tampoco la excesiva frecuencia (a su juicio arbitraria) con la que una minúscula se metamorfosea en mayúscula (ambas funciones pueden desactivarse).

Las declaraciones de Martin están envueltas de comicidad (se refiere a su procesador como "mi arma secreta"); es la periodista quien desliza la denuncia de que escribir conectado a Internet implica exponerse a una fuente de tentaciones y de distracciones (correo electrónico, estados de Facebook, una curiosidad desbordada ante las golosas posibilidades de satisfacción que atesora la Red, periódicos, trinos de Twitter, fluctuaciones de la bolsa, chats románticos, discusiones en foros, resultados deportivos) que puede desarbolar la concentración del más templado, sea cual sea el campo en el que nos apliquemos.

¿En qué quedamos entonces? ¿Supone la Red un apoyo y un estímulo a la creatividad tan importante para el escritor que no puede refrenarse de comentarlo como si atesorase un tesoro? ¿Nos basta con el testimonio (un pelín alterado) de un escritor mundialmente famoso para repudiar la Red como una escandalera de voces destinadas a corromper las exigencias monacales de la "creación"?

Los dos argumentos son populares y discutibles por separado (¿no puede secar la imaginación tanto dato ya rumiado? ¿no han existido toda clase de distracciones en todas las épocas?); pero si los observamos juntos, uno al lado del otro, con la suficiente atención empieza a manifestarse cierto parecido (como entre esas dos personas que nos acabamos de enterar que son parientes): ambas posturas responden de manera contraria a un fetichismo similar: la idea de que la suerte de un proyecto artístico se dirime en la calidad de la herramienta escogida, mucho más que en las propias armas. Un desplazamiento que igual no equivale del todo a rezar, pero sí se parece bastante a "encomendarse".

Una investigación

En los más de 150 comentarios que acompañan la noticia los internautas discuten sobre las diferencias de escribir entre un procesador u otro, conectados o desconectados, con teclado o a mano. Esta clase de cuestiones tiene poco prestigio intelectual: Saul Bellow advertía a sus entrevistadores que si le preguntaban por "la fuerza con la que apretaba el papel o si escribía con pluma de ganso" se levantaría y adiós muy buenas. Los sistemas de escritura son tan variados que aunque uno no crea que puedan influir decididamente en el resultado final, parece interesante investigar cómo afectan a la forma o al alcance de la obra, a su ambición previa y a su estructura final. Por poner un ejemplo: la tipografía de cualquier procesador da una impresión de limpio, de acabado y bien escrito superior a la caligrafía; por no hablar de cómo afecta la posibilidad de corregir indefinidamente, sin mucho esfuerzo y sin apenas rastro. A ver si alguien se anima a pensar en ello a fondo.