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Opinión

Estocolmo

13 junio, 2014 02:00

J.J. Armas Marcelo

Hablé con Per Wäsberg, el influyente académico sueco, en Estocolmo, el mismo día en que cerraban la short list del Nobel de Literatura, el 22 de mayo pasado. Unos diez minutos en mi pésimo e incomprensible inglés, pero fue lo suficiente para saber que ya quedan cinco escritores (y escritoras) finalistas para el Nobel que se dará un jueves de octubre. Es asombroso que ahora, durante el verano, los cinco escritores o escritoras finalistas, los 18 académicos suecos se dediquen todo el tiempo a escudriñar a fondo los textos e incluso las vidas privadas, ahora hablo de eso, y que nadie en el mundo se entere de quiénes son los finalistas y quién el ganador el Nobel hasta el mismo día y hora en que da la noticia oficial. Asombroso porque asusta ese silencio religioso con el que los académicos estudian a los finalistas: no se cuela ni un pajullo, ni a la prensa ni en privado. Ese silencio es imposible en nuestro países, donde el 22 de mayo mismo por la tarde ya los medios informativos sabrían cuáles son los nombres exactos de los finalistas y quiénes son los que más posibilidades tienen que ganarlo.

En cuanto a la vida privada. Bueno, algún escritor en el pasado fue vetado por su vida licenciosa (que no silenciosa). "A Nicanor Parra no lo tienen ni en cuenta. Maltrató a su mujer sueca", me comentó en privado un gran periodista cultural sueco. Otros escritores fueron liquidados durante décadas por sus supuestas o reales ideologías extremas, siempre por la derecha. La extrema izquierda no ha sido problema hasta hace poco en las votaciones de los académicos, pero el caso de Borges bien conocido, y me sobran argumentos para confirmar que Vargas Llosa no obtuvo el Nobel hasta que murieron dos o tres sectarios que se habían confabulado para que el hispano-peruano (o viceversa) nunca obtuviera el gran galardón. Me cuentan, de lado, en algunas de las reuniones literarias que mantuvimos en Estocolmo, que el año pasado sonó, con un poco de lejanía, y como candidato lateral, el nombre de Eduardo Mendoza. Y ninguno más.

Hay otros novelistas, sobre todo novelistas, que figuran en la larga lista de eternos candidatos al Nobel, pero que nunca lo obtendrán. Recuerdo con muy bien tino a Galdós, hace ya bastante tiempo, y a Graham Greene, "un escritor muy fácil": eso fue lo que argumentaron para que nunca lo ganara. Es decir, un escritor de escritura fácil de escribir y de leer. Un best-seller. No quiere decir esto que la autora de Harry Potter no esté siempre situada con todas las posibilidades de ganar, porque en tiempos en los que se habla de la muerte del libro de papel y de la perversa manía de leer, ella ha conseguido que las nuevas generaciones se peguen a las páginas de los libros del Mago juvenil y conviertan de nuevo ese objeto sagrado en algo valioso personal y socialmente. Para ser más libres y pensar por nosotros mismos, para eso dije que servía la lectura y así contesté en un colegio claretiano hace pocos días, ante doscientos cincuenta adolescentes. ¡Y, sorprendentemente, lectores, en su gran mayoría!

El Nobel sigue siendo la primera marca mundial de literatura. Aliar el nombre de un escritor al Premio Nobel es uno de los incentivos que tiene esta profesión de tantas miserias y grandezas, la de la escritura literaria. Pero hay un gran riesgo: que el escritor no conozca exactamente cuáles son sus dimensiones y se tire a la piscina sin estudiar a fondo la cantidad de agua que ahí en ella. Le debacle es total para un escritor, y los conozco a pares, que crea que va a ganar el Nobel con influencias de tal o cual clase o por sus cercanía con este u otro académico sueco. Lo que sabemos todos es que para estar en la lista de la que hablé con Per Wäsberg en la embajada de España en Estocolmo, sin que de su boca saliera ni la más ligera palabra para que yo sospeche nada de nada, es que la clave es el silencio. Las casas de apuestas por el Nobel se ponen en marcha en unos meses, pero sus apreciaciones son sólo pasto mediáticos, entretenimiento público, nada que ver con la realidad del silencio en el que se cuece el debate final. Mientras menos suene el nombre del ganador en los medios, mejor para él y sus posibilidades.