Image: No era un martillo...

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Opinión

No era un martillo...

13 junio, 2014 02:00

Gonzalo Torné

Semanas antes de que el efecto combinado de las elecciones al parlamento europeo y la abdicación del rey barrieran el resto de asuntos políticos, uno de los debates candentes (como suele decirse) en la Red fue el anuncio de los partidos políticos con mayor representación parlamentaria que estaban estudiando seriamente endurecer las condiciones de uso de Twitter, y acabar así con la supuesta impunidad con la que se atenta al honor de algunas figuras públicas.

La tarea no es sencilla pues ningún gobierno democrático quiere verse en la lista de los países que vetan o cercenan el uso del microblogging (entre Corea del Norte e Irán, para entendernos). No se trata tan sólo de defender la libertad de expresión, sino también de proteger la inversión que ha supuesto familiarizar y fidelizar al ciudadano con el enorme negocio que supone la Red.

Esta vez se ha hablado de incrementar la vigilancia sobre los usuarios, de censurar cuentas, de identificar a los responsables de insultos y amenazas... La reacción de los usuarios de Twitter ha ido desde el cachondeo (se creó un hashtag donde se escribían frases "políticamente correctas" a la cual más absurda para demostrarle a los "vigilantes" su buena voluntad de comportarse), hasta el lenguaje en clave, pasando por la protesta de un colectivo de profesores escandalizados por el agravio comparativo: las administraciones respondieron durante años a sus peticiones para vigilar los movimientos en las redes de los alumnos que intimidaban a sus compañeros con la indiferencia.

Por importante que sea determinar quien tiene razón lo que nos incumbe en esta sección es alertar sobre la frecuencia con la que hemos escuchado ya la misma música con letra distinta: un político, un tertuliano de lance, un humorista o un cantante (por restringirme a profesiones que llevan adosada la fama) se abren una cuenta en Twitter convencidos de que "ocupan" un nuevo canal de comunicación, y se encuentran con una realidad compleja que puede llegar a revolverse en su contra, más en serio o más en broma, con más o menos agresividad (a años luz de lo penable, en cualquier caso).

Esta desorientación parece especialmente grave en el caso de los partidos políticos. Cuesta calcular en términos de imagen qué les ha supuesto el anuncio de unas medidas que no está en condición de adoptar en firme (¿cómo vigilar la actividad de cuatro millones y medio de usuarios?). En lugar de moverse con discreción, uno tiene la impresión de que han querido dar un golpe sobre la mesa, como quien cierra un programa o cambia de presentador, con el resultado de concentrar la atención dispersa de los pequeños enjambres de amigos activos en Twitter en un frente considerable de votantes molestos.

Casos como estos se dan a docenas, y apuntan a que pese a los considerables esfuerzos por estar presentes y mejorar su influencia en la Red los partidos mayoritarios no están bien orientados. La semana que viene trataremos de elucidar cuál es su error de concepto, o si se prefiere porque en la Red tiene un coste tan alto confundir un martillo con Alemania.

El beneficio de la curiosidad

Se ha convertido ya en un lugar común la acusación de que la mayoría de escritores se abren una cuenta en Twitter para promocionarse a sí mismos y engordar su ego. También se dice que no son pocos los que se empeñan en resucitar las greguerías (con resultados que a menudo invitan a abandonarlas a la mitad). Como no se puede descartar que algo de esto sea cierto conviene señalar como contrapeso que algunos escritores se emplean con enorme generosidad. Una de mis cuentas favoritas es la que gestiona Germán Sierra (@german_sierra), quien a su inquietud literaria suma un curiosidad bien orientada por la ciencia puntera y el arte de vanguardia. Me encantaría escribir que comparto los gustos de Sierra, pero lo justo es que leer sus tuits me supone adentrarme en terreno desconocido. Con sobriedad y elegancia Germán Sierra levanta acta de lo que aprende a diario, como una suerte de sofisticadísima Reuters gestionada por un solo hombre.