J.J. Armas Marcelo

Según me dicen los que dicen que saben, la batalla del mundo editorial se gana en la Feria del Libro de Madrid. Libreros, editores y escritores batallan día a día, mientras transcurre la Feria, por convencer a la mayoría de los paseantes para que compren un libro. Porque la mayoría de la gente que va a la Feria del Libro no compra libros, lee apenas un par de libros al año, no tiene sensibilidad literaria ni curiosidad intelectual alguna. Un best-seller en España son 30.000. Un best-seller en Francia siguen siendo 400.000. Así es la vaina. Me inclino (y casi me caigo) a pensar que quienes más leen en España, cada vez con más ahínco y frenesí, son las mujeres. No hay mujer con la que hables que no te hable de Marías y sus muchos libros, con un conocimiento bastante asombroso de sus textos. Sucede lo mismo con otras marcas estrictamente literarias y de excelencia, pero lo que ya clama al cielo es ver las colas de paseantes en la última Feria del Libro dizque esperando para comprar firmado el libro del marido de una cantante, que creo que se llama Alaska, un icono de la lejana "movida madrileña", como si el tipo ese fuera un escritor de verdad. En fin, he visto la soledad del corredor de fondo, en la penumbra de una caseta llena de libros, reflejada en el rostro de un escritor, un novelista de excelencia literaria, al que el público reinante no le hacía ni el más mínimo caso, mientras se aglutinaba delante de la caseta de alguna estrella reciente y bastante tonta de la televisión.



Me consta el esfuerzo titánico, ese es el adjetivo que hay que usar (aunque se un estereotipo), de libreros, editoriales, escritores, intermediarios y directivos de la fiesta para la Feria de Madrid salga bien. Salga bien en actos culturales, en presentaciones de libros, en presencias de escritores y en sorpresas beneficiosas para el mercado editorial y para los escritores, pero de verdad creo que Madrid es una ciudad que tendría que hacer institucionalmente un esfuerzo grande de imaginación y poner en liza un proyecto superior al que hoy tenemos al alcance. Seguimos, pese a la crisis, siendo una de las potencias mundiales de la industria editorial, aunque literariamente la altura no nos haga tener demasiado vértigo. Madrid es Madrid para ese sector cultural y es una imagen muy certera de la España que está por hacer desde tiempo inmemorial. Tal vez Carlos III pondría encima de la mesa el proyecto necesario del mundo editorial que revolucione la Feria del Libro y la ponga en la excelencia del mundo hispánico. Guadalajara es un ejemplo. Pero antes de lanzarnos a la piscina, conviene llenarla de agua.



Para empezar, ojo con los paniaguados que se apuntan a un supuesto proyecto grandioso, y copiar Guadalajara en Madrid lo es, se meten bajo las faldas de quien manda y gobierna en cada momento, con su tremenda y consuetudinaria mediocridad, la de quienes nos gobiernan y la de quienes se meten bajo sus faldas una y otra vez, sin perder ninguna oportunidad. Para seguir, sobran agentes que pongan en marcha uno de esos proyectos grandiosos, pero hay que saber quiénes son y hasta dónde van a aguantar la quemazón que, irremediablemente, les va a caer encima... O mejor es dejarlo todo como está, tirar al aire voladores de euforia porque la Feria ha vendido un 5% más que el año pasado.



El final de la escapada del mundo editorial, que parecía venirse abajo de un día a otro, aparenta haber llegado a una cierta y nueva normalidad, entre dificultades que evidencian estructuras obsoletas y entre voluntades heroicas que tratan de salvar los muebles de un constante naufragio. Hay quienes miran con renovada esperanza el mundo de los libros y quienes siguen creyendo que las nuevas tecnologías van a fusilar ese objeto sacral en pocos años, haciéndolo incluso desaparecer de nuestra memoria. No creo que esto ocurra nunca, y más bien y deseo que suceda lo contrario: que el libro siga siendo un negociado sagrado que nos llama a ser tan libres como queramos y nos ayuda a sentirnos más acompañados en este valle a veces tan divertido y casi siempre lleno de lágrimas.