Image: Era como vivir en Alemania

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Opinión

Era como vivir en Alemania

27 junio, 2014 02:00

Gonzalo Torné

La semana pasada expuse algunos ejemplos de la considerable torpeza con la que los partidos mayoritarios se manejan con las redes sociales, en especial cuando intentan ganar visibilidad o "controlar" el tránsito de mensajes en Twitter. Una "torpeza" que se podía hacerse extensible a un buen número de figuras públicas que han terminado su aventura en la red de microblogging, por decirlo suave, bien escaldados.

Terminaba el artículo haciéndome el misterioso al señalar que cuando se trata de la Red conviene no confundir un martillo con Alemania. Me explico: cuando uno quiere "hacerse" con un martillo nuevo apenas tiene que comprarlo, familiarizarse con el tacto y el peso, emplearlo para lo que servía el anterior (remachar clavos, calzar una pieza), guardarlo en la caja de herramientas, y a otra cosa. No supone un gasto adicional de recursos mentales ni nos altera nada que sea ajeno a las actividades de bricolaje.

Si en lugar de cambiar de martillo cambio de país y emigro a Alemania el asunto se complica. No hay un manual de instrucciones para vivir allí, tenemos que habituarnos a otra cultura, a otro idioma, a otras costumbres; aprender nuevas leyes si queremos casarnos, trabajar o tributar, si aspiramos a una buena asistencia médica o a educar a nuestros hijos. Un país no se puede meter en el cajón como un martillo, más bien es el país el que nos contiene como una caja complicadísima, y mientras permanezcamos en su interior va a influir con su manera de ser concreta sobre una porción amplísima de nuestra existencia.

La comparación (que le he escuchado a Joan Subirats, citando al canadiense Ponser) viene al caso porque los partidos y los "famosos" a los que me refería tratan con frecuencia a Internet como si fuese un nuevo canal, que podemos manejar como la televisión o la radio, convencidos de que transitar de las ondas sonoras a "lo virtual" exige tanta preparación como reemplazar un martillo. Les vemos actuar convencidos de que es posible dirigir, ocupar y bloquear el nuevo canal, como si fuese otra línea directa entre el emisor privilegiado y una masa de receptores, en lugar de lo que es: una miríada de voces interconectada en formaciones impredecibles, que se retroalimenta y reacciona de manera muy distinta a la vieja audiencia aislada que apenas podía rechistar en el salón de su casa. Si se piensa bien los usuarios de las redes sociales reaccionan de manera parecida a como lo haría una población.

Se entiende que ante el tamaño de la empresa (¡aprenderse un país nuevo!) la pereza y la costumbre intenten convencerse de que van a seguir funcionando los viejos procedimientos, conforme (pese a la evidencia que las reglas de emisión, propagación y control de la información hayan quedado radicalmente alteradas), que cada uno se cuente las mentiras que necesita para irse a dormir. Pero que luego no se quejen si esa Alemania en la que han invertido tantos recursos no les sirve para fijar los clavos que empiezan a aflojarse.

Eso será en tu casa

El ataque puede aparecer con ropas distintas ("en Twitter no se dicen más que tonterías", "todos son leen chistes malos", "se insulta y se denigra"), pero la defensa es siempre la misma: "eso será en tu timeline". Este breve intercambio de argumentos ilustra la confusión de quienes imaginan Twitter como un canal en el que todos los usuarios "ven" lo mismo, o si se prefiere: en una plataforma de canales más o menos temáticos. La "realidad" es bastante distinta: lo que "vemos" en Twitter no es lo que seleccionan autoridades o especialistas, sino aquello que "programan" los usuarios que cada uno accede a "seguir" libremente, y no para siempre, ni mucho menos, apenas el tiempo que se mantenga vivo el interés por lo que "publican". Tratándose de una Red con millones de emisores potenciales cualquier rasgo general que uno pueda extraer está condenado a parecerse a las cómodas convicciones sobre la gracia de los andaluces, la tacañería de los catalanes o la tozudez de los aragoneses; que sólo pueden sostenerse si uno se mantiene a una distancia prudencial y tenaz de los sitios aludidos.