Image: Humo de verano

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Opinión

Humo de verano

18 julio, 2014 02:00

J.J. Armas Marcelo

Él inventaba juegos de palabras que devenían en frases nuevas y nuevas palabras nunca dichas antes de entonces. Escribía con un ritmo musical casi negro, afrocubano (como dicen los cursis), en donde el humor cobraba presencia firme en malabarismos verbales que la literatura en lengua española no había visto antes. Se inventó un lenguaje literario que no podía imitarse, de modo que quien lo intentaba se descubría en la segunda frase. Escribió una vez un pequeño reportaje sobre el origen y el placer del tabaco cubano y lo publicó, creo recordar, en The New Yorker. Yo lo leí en inglés y, de inmediato, se lo pedí para publicarlo, "con unas páginas más" (le dije), en Argos Vergara, cuando era director en aquella desaparecida editorial. Aquel reportaje se convirtió después en un libro increíble escrito en su inglés literario, tan inventado por él como su español literario, que publicó en Londres Harper&Row en 1985, bajo el título de Holy Smoke.

También, como pude, lo leí en aquel inglés fantástico del que habló maravillas Anthony Burgess. Con ese texto se levantó una leyenda: que el editor que, en principio, trató de publicarlo lo mandó a traducir al español inútilmente. En realidad, era intraducible. Dice esa leyenda que el libro pasó de las manos de un traductor a otro y ninguno de ellos, por lo menos tres, pudo descifrar el inglés de Holy Smoke y se rindieron ante tamaña epopeya. Al final, cinco años más tarde, el libro apareció en español en la editorial Alfaguara, traducido por el propio autor, Guillermo Cabrera Infante, tremendo tipo, e Íñigo García Ureta, con el título de Puro Humo. Era otro libro distinto al escrito en inglés y tengo la impresión de que fue escrito de nuevo en español siguiendo la pauta de lo escrito en inglés, pero inventando una vez más un español literario único.

Por esas cosas del verano, estaba mirando al cielo azul en la sierra de Madrid en un día lleno de sol. Me estaba fumando uno de los tabacos sublimes que se hacen en Cuba, un magnífico Cohíba Behíke 56 y tomándome un trago de ron venezolano Santa Teresa Orange, con sabor final a naranja, y en pleno placer me acordé del genial Puro Humo y le eché una vez más un vistazo a algunas de sus páginas inigualables. Leía a Cabrera Infante y fumaba el Behíke cuando me acordé de otro sabio cubano, Fernando Ortíz, autor de un clásico que el tiempo no ha logrado envejecer, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, un ensayo escrito en un lenguaje literario y poético sin igual. En cuanto al tabaco, a la curiosidad intelectual que despierta todavía, sus contrarios y sus defensores, quienes lo califican de veneno o de medicina, tengo para mí que los libros de Ortíz y de Cabrera Infante son los mejores que nunca se escribieron sobre esa mata mágica que crece en los valles de Cuba, y que es especial en el caso de Vuelta Abajo.

¡Ah, el verano, cuánto humo de nada se eleva al cielo azul mientras descansamos! En esos casos, un buen libro, un buen tabaco, con suficiente buqué, no hace falta que sea un Behíke 56, que es muy caro, simplemente un tabaco cubano de los buenos acompañado de un trago de buen aguardiente, nos hace soñar que somos dioses o algo parecido. Héroes, tal vez, de aquellos griegos que cometían el pecado de demostrar, con sus proezas, que eran hijos de los dioses. Leer de nuevo algunas páginas de Puro Humo me ha despertado el recuerdo y la añoranza del propio Guillermo Cabrera Infante que, a pesar de los pesares, escribía y hablaba con mucho humo y siempre con mucho humor. Un humor también especial, inventado desde el fondo del alma de un cubano nacido en Gibara, donde los españoles descubrieron el tabaco, recién llegados al Caribe.

Una vez dijo muerto de la risa que los personajes de Cien años de soledad se parecían a Mary Poppins y sabía tanto de cine como de literatura. Eso sí, se pasó años tratando de escribir un guión cinematográfico de Bajo el volcán y no pudo conseguirlo, seguro que porque la novela de Malcolm Lowry no era traducible en imágenes de cine, aunque luego lo hicieran película bastante mediocre. En fin, el verano, el humo, el humor, la literatura: todo eso es parte de una felicidad que, al menos de momento, nos corresponde. Y, de vez en cuando, un tesoro, un Behíke 56, inalcanzable y único.