Gonzalo Torné

Seamos sinceros: la operativa del selfie no reviste de ninguna complejidad. Se trata de agarrar la cámara, separarla lo máximo posible del propio rostro y en lugar de enfocar hacia el espléndido mundo circundante, apuntar hacia uno mismo, y disparar. La operación se completa colgando cuanto antes la fotografía en la Red, donde pueda ser observada por amigos y seguidores. Un selfie anónimo ni es selfie ni es nada.



Si nos ocupamos ahora de este asunto es a la estela de la prestigiosa FOX que dedicó casi media hora de telediario (durante una sección dedicada a la Red) a debatir sobre el selfie que entretanto se ha convertido en una "plaga" para la ciudad de Nueva York: numerosos visitantes atraviesan las salas de los museos haciendo selfie tras selfie, es decir, de espaldas a los cuadros. Como de costumbre, la propia Red ha reaccionado propagando los primeros anticuerpos contra los virus, y podemos encontrar ya páginas dedicadas a convencer de las virtudes de contenerse (apelando a virtudes clásicas como el decoro) cuando a uno le entran las ganas de selfiear.



En una página donde se acumulan selfies de hombre y mujeres de más de setenta años se ha producido un debate entretenido: ¿por qué internautas que no tienen ningún reparo en selfiear sienten vergüenza ajena cuando miran en la red las fotografías de los ancianos? La respuesta más corriente es que el selfie es algo propio de juventud, pero como en occidente esta fase de la vida puede prolongarse hasta bien rebasados los cincuenta, alguien pedía concretar la edad límite: la respuesta mayoritaria era que se les ponía la cara como la grana si lo hacía alguien de la edad de sus padres.



Al psicólogo al que recurría la FOX no le convencía eso de que el selfie fuese propio de una edad determinada y pasajero, apostaba por interpretarlo como un rasgo defectuoso de personalidad. Consideraba que las personas que se hacen selfies "son extremadamente inseguros en relación a su identidad, y necesitan afirmarla a cada paso". No soy psicólogo y no me atrevo a escarbar en mentes ajenas, pero me parece que hay demasiadas personas entregadas a la causa (en general con cara de estarse divirtiendo) para pensar seriamente en un desvarío tan generalizado que obligaría a reformular una vieja pregunta de Swift: "¿está loca la raza humana?".



Sí me parece atendible que las cámaras digitales, y la exhibición y rápida difusión de las imágenes en las redes sociales hayan cambiado la manera cómo los ciudadanos corrientes abordamos la fotografía. Ya no se trata tanto de emular a los fotógrafos profesionales para conseguir imágenes con vocación artística, a la espera que alguien de visita por case se avenga a admirarlas.



La fotografía parece servir más bien para ofrecer a los amigos un testimonio inmediato de dónde estamos y qué estamos haciendo y con quién, una suerte de diario digital. De ahí que la cámara haya pasado de ser un adminículo de viaje a una herramienta diaria, y que nos baste y nos sobre con un móvil de óptica discreta.



El selfie parece un paso más, si se quiere extremo, de este proceso.

La vertiente artística

Existen numerosas iniciativas pensadas para impedir que la función de la fotografía digital se vea reducida a la de diario personal. Algunas intentan destacar los valores artísticos de "muros" concretos, otras a promover la creación mediante concursos y premios. Uno de los mejor dotados es el Instagramers Gallery Photo Prize, convocado por la que aspira a ser la mayor galería fotográfica online del mundo.



En el interesante manifiesto que acompaña al premio los responsables insisten mucho en que premian "fotografías sociales" (para distinguirlas de las comerciales y de las profesionales evitando decir amateur) pero que no son para nada una red social. No se admiten "amigos" ni "compartir", no se premian "diarios digitales", sino que se valora exclusivamente el "mérito artístico". Todo esto es muy plausible, lo único que me inquieta es el compromiso expresado en las bases de que retirarán aquellas imágenes "que resulten ofensivas o puedan herir la susceptibilidad del espectador". Dada la variedad de asuntos que pueden "ofender" a los espectadores, si los museos aplicasen un criterio tan flexible en pocos meses se quedaban vacías las salas dedicadas al arte moderno y al contemporáneo.