Image: Barbarismos

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Opinión

Barbarismos

25 julio, 2014 02:00

Cuenta Gottfried Benn en sus memorias que una tarde de 1898, un grupo de poetas alemanes, convocados por Stefan George, se reunió en el Café Bauer, vestidos de etiqueta, con sombrero de copa y levita inglesa, para debatir con toda solemnidad ciertas cuestiones relativas a la puntuación y los signos tipográficos. Según Benn, semejante asamblea de literatos ataviados "como para un duelo o un acto oficial, no era de ninguna manera amaneramiento ni de ninguna manera excéntrico, era la cosa más seria de Europa al final del siglo, era varonil, monacal, era destino".

Aislarse para discutir acaloradamente acerca de tal coma o tal interrogación, al margen del rugido de la historia, no era trivialidad, sino destino. Sin llegar a tal extremo de exquisitez, la presentación de Barbarismos, de Andrés Neuman, reunió en un salón de la casa de América de Madrid al autor del libro con Juan Jacinto Muñoz Rengel, ambos vestidos con elegancia, aunque sin levitas ni sombreros de copa. Mantuvieron un diálogo sereno y estimulante acerca de determinados pellizcos del lenguaje, tics y paradojas, alrededor de un libro que Rengel acertó a definir con toda puntería como un "antidiccionario".

Barbarismos es un artefacto literario que, en efecto, desafía las convenciones de los géneros. ¿Cómo describirlo? Es un manual de zoología sintáctica, o un buzón de sugerencias alfabéticas, o una sesión de espiritismo filológico, o incluso una novela homeopática, constantemente interrumpida, en que las propias palabras se quitan la palabra unas a otras alegremente, para gozo y asombro del lector. Pero más allá de su adscripción a un género u otro, lo que predomina en el libro de Neuman, como en el resto de su obra, es la voluntad sonriente de erigir una máquina de generar felicidad en sí mismo y en sus lectores. En eso es adictivo; nunca defrauda. Andrés Neuman nos hace felices.