Image: La nueva regla del arte

Image: La nueva regla del arte

Opinión

La nueva regla del arte

25 julio, 2014 02:00

Gonzalo Torné

No es que sea un disparate absoluto, claro, pero no deja de tener su gracia que la mayoría de ocasiones en las que se indaga sobre las relaciones de internet con la literatura se pase casi automáticamente a escrutar novelas y poemas donde se reflejan la tecnología y sus funciones (ya saben: redes sociales, correo electrónico...).

Quiero decir que aunque reconozcamos que la Red está aquí para quedarse (y que sólo de manera deliberadamente quijotesca se puede negar su influencia sobre el mundo al que de una manera u otra remite la literatura), a nadie se le ocurriría presentar una lista de relatos protagonizados por un linotipista para demostrar la importancia que la imprenta tuvo en el ámbito de la difusión y lectura de libros.

Quizás sería más provechoso preguntarse cómo esta mutua relación ha modificado lo que Pierre Bourdieu llamaba el "campo literario". Me consta que su libro Las reglas del arte (a ratos tan lúcido como paranoico) sigue explicándose como si desde 1997 no hubiese sucedido nada nuevo, y sus "reglas" siguiesen inmutables.

Entre muchos otros aspectos Bourdieu y sus seguidores han señalado la angustia del escritor vocacional nacido en provincias por aproximarse a una capital donde establecer alianzas y complicidades, cuya importancia en la formación de lectores (por no hablar de las posibilidades de verse publicado) no pueden desmerecerse: ¿cuánto vale un escritor aislado?

Hace menos de un año, después de una conferencia, un oyente algo mayor que yo me contaba las dificultades que había encontrado en su entorno para apuntalar una vocación literaria, durante años se limitó a ser un lector clandestino. La ciudad era de las que se llaman "medias" y capital de provincia. En ocasiones he vuelto a sacar el tema y he escuchado versiones matizadas de la misma complicación para encontrar buenos interlocutores. A veces pienso que parte de la mutua desconfianza y aspereza que se respira entre los escritores de mi generación se debe a que muchos de nosotros alimentamos vocaciones en hogares de clase media, no especialmente predispuestos al cultivo del espíritu, en una bien poco nutritiva soledad.

La Red ha convertido este arranque aislado de la vocación en una circunstancia del pasado. No es que suprima las distancias, las barreras de los idiomas, la conciencia de las diferencias sociales ni que distribuya mejor el talento, nada de eso. Se trata tan sólo de facilitar el contacto, de agruparnos por inquietudes, de facilitar la transmisión de aspiraciones y la circulación de los primeros juicios ajenos. La Red cumple así la fantasía de todo viajero: que la orografía se aplane en obediencia a un mapa donde no se reflejan las cuestas ni las elevaciones.

En estas asociaciones de jóvenes poetas, cineasta o fotógrafos se aprecian vocaciones que no tardarán en frenarse. La Red no tiene fuerza suficiente para alterar las leyes caprichosas y cicateras con el que se reparte el talento, pero ha transformado para siempre la velocidad y la manera con la que uno se adentra en el tablero artístico: de darse aliento, de asociarse, de pedir y rendir las primeras cuentas.

El campo en casa

Quizás la más conocida de estas asociaciones de escritores sea la Alt Lit, cuya cabeza más visible, Tao Lin, suele insistir (sin demasiado éxito, todo hay que decirlo) que pese a conocerse y relacionarse gracias a la Red, no se sienten unidos por una temática común ni inclinados a escribir sobre lo que sucede o deja de suceder en el mundo virtual. En España ha sobresalido el proyecto "Tenían veinte años y estaban locos", coordinado por Luna Miguel, donde han compartido sus esfuerzos decenas de escritores primerizos. En México podemos seguir la "Red de los poemas salvajes" , y encontraríamos ¿agrupaciones? parecidas en cualquier país e idioma. Muchas de estas "comunidades" de escritores empiezan a publicar sus obras en papel recurriendo a pequeñas editoriales, especialmente sensibles a estos movimientos. Esta generación tendrá sin duda sus propias angustias, pero como mínimo estará liberada de una de las más desasosegantes: encontrar compañeros de viaje.