Image: Bioy, Borges y la leche ácida

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Opinión

Bioy, Borges y la leche ácida

19 septiembre, 2014 02:00

Agustín Fernández-Mallo

Extrañas simetrías: en agosto se cumplió el centenario de Julio Cortázar, por ello fui invitado a participar en una mesa redonda en la Biblioteca Nacional, Buenos Aires. En tanto esperaba mi turno, se me dio por hojear la sección de cultura de un periódico y allí supe que también otro argentino universal, Adolfo Bioy Casares, estaba de centenario. No sé qué clase de homenajes se le dedicarán, pero creo que ese gran escritor, de obra acaso involuntariamente ensombrecida por la de su amigo Borges, no siempre ha tenido el eco merecido. La invención de Morel, de la cual el propio Borges dijo en su prólogo "no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta", fue y es una novela fundacional de cierta clase de literatura fantástica.

Recordé entonces una extrañísima anécdota de esos dos amigos: en el invierno de 1935 decidieron pasar un fin de semana en Rincón Viejo. Instalados en una vivienda casi en ruinas que la familia de Bioy había construido en el siglo XIX, y en una imagen que hoy nos parece extraída de un relato del romanticismo, se refugiaron en el comedor. Combatían el frío con una chimenea alimentada de ramas de eucaliptos, y tomaban cacao. Allí, por encargo del tío de Bioy, propietario de una empresa de productos lácteos, redactaron las 16 páginas de un folleto titulado La Leche Cuajada de la Martona, que consistió en un estudio dietético de la leche ácida, llamativamente erudito y antipublicitario, en el cual se ven ya gran parte de las técnicas que a los dos escritores les harían famosos. Erudición digresiva, falsa o extraña cita y discontinuidad narrativa. Bioy dijo: "después de su redacción yo era otro escritor, más experimentado y avezado". No es posible imaginar un inicio más propio del romanticismo y simultáneamente posmodernista.