Ignacio García May.

En 1924, Nathan Leopold y Richard Loeb, dos estudiantes de la Universidad de Chicago, secuestraron y asesinaron a un niño sólo para demostrar que era posible cometer un crimen perfecto. Se equivocaban, claro, y si salvaron el cuello fue sólo gracias a la hábil defensa de un abogado legendario, Clarence Darrow, que consiguió cambiarles la previsible condena a muerte por otra de cadena perpetua. El crimen, popularizado por la prensa, inspiró diversas ficciones. Acaso la más popular sea el drama La soga, de Patrick Hamilton (autor, también, de la muy célebre Luz de gas), aunque más por la versión cinematográfica que Hitchcock hizo de ella que por la obra en sí. Personalmente prefiero la admirable película de Richard Fleischer Impulso criminal. Excítame, de Stephen Dolginoff, convierte el caso Leopold/Loeb en musical, y lo hace tomándose ciertas libertades con la realidad: Leopold es un muchacho básicamente bueno que participa en el crimen por amor hacia un Loeb obsesionado con la teoría del superhombre de Nietzsche, pero en la vida real fue Leopold quien vivía fascinado con el filósofo alemán. Por otra parte, y si bien hay cierta tendencia a mostrarle como el miembro pusilánime de la pareja lo cierto es que el verdadero genio, y probablemente el verdadero criminal, fue él, y no su amigo. Excítame no tiene una gran partitura pero su virtud es otra, y no pequeña: la obra, que está impecablemente contada, atrapa la atención del público con dos actores y un pianista, una escenografía sencilla, y una limpísima versión del texto y de las canciones. El intenso aplauso que los espectadores le dedicamos al final fue más que merecido.