Gonzalo Torné

Las redes sociales parecen firmemente decididas a recordarnos el cumpleaños de todos nuestros contactos. El empeño tiene algo de embarazoso: cuando se trata de una persona estimada la gracia está precisamente en acordarse uno mismo, y cuando el celebrante es menos querido le deja a uno en la disyuntiva de quedarse en deuda, o en la no del todo honesta situación de felicitar aprovechando un chivatazo.



También gracias a las redes y a sus usuarios estamos más al corriente que nunca de otra clase de aniversarios: los Días Internacionales. El pasado 30 de septiembre me enteré por primera vez que en esa fecha se celebra el día internacional del traductor.



Como no podía ser de otra manera la Red se llenó de felicitaciones y autofelicitaciones; de recordatorios sobre la malas condiciones económicas, el escaso reconocimiento y los leoninos plazos de entrega; de alabanzas generales sobre el papel que el traductor tiene como transmisor de la cultura y de diálogo entre espíritus de distintas naciones... Y aunque se trata de quejas y elogios atendibles ninguno de ellos parece capaz de frenar el goteo de noticias que profetizan la progresiva sustitución del ser humano por programas de traducción cada vez más complejos.



Hace ya un tiempo dedicamos un artículo a señalar que las herramientas de traducción automática ofrecen a día de hoy resultados balbucientes, trufados de expresiones absurdas; y que cuando el texto es complicado o el receptor exigente, apenas sirve para salir del paso. Los programadores amenazan desde hace un tiempo con aplicaciones capaces de atender mejor al contexto, y de solventar así estos lastres. Mientras dure la elaboración de estos algoritmos (que tiene algo de búsqueda del Santo Grial) propondría a los traductores humanos que ampliasen la gama de sus argumentos defensivos más allá del papel histórico que han desempeñado como difusores de la cultura. Dicho de otra manera: que pasen al contraataque.



Porque leyendo las conversaciones entre traductores en las redes sociales uno aprecia en vivo algo que sabemos de manera un tanto rutinaria: que los idiomas además de estar lanzados y en perpetua evolución, apresan el mundo común con una intensidad y una orientación distinta. Cuando los traductores solicitan consejo no suelen pedir ayuda en cuestiones ya normativas o predecibles, sino en aquellos puntos de presión donde un idioma se resiste a pasar con naturalidad al castellano, al catalán o al gallego. Preguntan por frases o párrafos donde la traducción no puede de ninguna manera ser "automática" porque están inventado "nuevas" maneras de decir. Como cuando Tomás Segovia tradujo como "De eso se trata" el rebelde "that is the question" de Shakespeare, o como cuando Sánchez Pascual se sacó de la manga aquel "La emboscadura" para sugerir el complicado clima político y moral de uno de los grandes libros de Ernst Jünger.



En estos ejemplos extraídos de entre miles posibles los traductores están haciendo algo más que transmitir, están siendo creativos. Y aunque el sentido de esta palabra sea día a día abaratado por cocineros, cardiólogos y publicistas sin agencia, incluso en su acepción más laxa sigue siendo un ejercicio inasequible para las máquinas.

Sentados al escritorio

Parece lógico que los traductores aprovechen el día que saben que seremos más sensibles a sus palabras para quejarse de las peores condiciones de su profesión. Estas quejas, justas como son, al concentrarse en un solo día corren el riesgo de agotar al personal y, si no se las dota de continuidad, pueden acabar enredadas en bucles anuales dignos del Día de la Marmota. Así que se agradece también que en una fecha tan señalada afloren tuits de traductores que, contraviniendo la extendida idea que asocia la profesionalidad con el sufrimiento, recuerden la "felicidad inaudita" de ser traductor. De manera bien contundente lo expresaba la traductora Tina Vallès (@tinavalles): "Traducir es una fiesta y punto. Una orgía de lenguas. Y punto". Con un tono más mesurado Juan de Sola (@juanthesola) traía a colación una frase de Peter Handke que sirve para condensar toda esta alegría: "Morir sentado al escritorio es algo que sólo deseo desde que soy traductor".