Image: Tangos y termómetros

Image: Tangos y termómetros

Opinión

Tangos y termómetros

24 octubre, 2014 02:00

Eloy Tizón

De poco consuela saber que fue un escritor transterrado que vivió muchos años entre nosotros, en Avenida de América 31, piso 8°, apartamento 3, donde una placa en el portal lo recuerda. En el homenaje que Casa de América está rindiéndole, con motivo del vigésimo aniversario de su muerte, se reúnen un montón de sus objetos personales: primeras ediciones, manuscritos, libros rubricados con admiración por otros escritores (¡Juan Benet!), su certificado de matrimonio con Dolly, un revólver, docenas de fotos (algunas estampas de felicidad inesperada con sus dos hijos, Jorge y María Isabel "Litty"), varios pares de gafas con su típica montura de pasta, sombreros de cine negro, su máquina de escribir portátil bastante trajinada, un cenicero de propaganda de coñac Larsen (¡ajá!) e incluso su propia cama, con edredón y todo, donde suponemos que pasó acostado tantas horas de bipolaridad, nicotina, tango y termómetros. Me conmueve una nota manuscrita, fechada en agosto de 1975, que dice: "Yo, Juan Carlos Onetti, en pleno disfrute de mis facultades mentales y físicas, prometo no beber alcohol -ni gota- durante el martes y el miércoles".

Ocurre algo misterioso con esta exposición: cuantas más pertenencias de Onetti hay, menos se ve a Onetti. Es como si la acumulación de fetiches no hiciera sino acrecentar su sombra y su hueco, igual que un vaciado de yeso. La visita se transforma en una experiencia fantasmal, persecutoria, lo cual quizá habría complacido al autor, dada su aura más bien escurridiza y houdini. En el inventario catalogado está todo; solo se echa de menos a un tal Onetti.

La vida, al retirarse, ha dejado olvidados un sombrero de gángster colgado de un gancho en la pared y un par de petacas de whisky usadas. Poco más o menos, eso mismo es lo que dejaremos todos nosotros algún día, cuando ya no importe.