Image: El soplo

Image: El soplo

Opinión

El soplo

31 octubre, 2014 01:00

Arcadi espada

El valle del asombro. El último Peter Brook en los Teatros del Canal. Prosigue su interés por la neurociencia. Los desarreglos de la sinestesia, esa cierta capacidad de adjetivar. La habitual mística del autor proyectada ahora sobre las sinapsis. El texto es delgadito. El texto es poco pero todo lo demás es excepcional: su espacio vacío y sus actores llenos. La vieja y agradable evidencia de entrar en el teatro y saber que estás en un Brook. Y esos momentos eucarísticos. El mago saliendo de la escena y anunciando que va en busca de su botella de Malbec: porque cuando el vino baja sube la verdad. O bien el consejo de Jared McNeill por si un día un último hombre observa que han desaparecido todos los demás: "Presta atención al secreto de una gota de lluvia". El mismo McNeill que se pregunta un rato antes por la razón extraña de que admiremos maravillados un iPhone y no atendamos al insondable milagro de poder doblar un dedo. Yo también he pensado muchas veces en eso. Hay, supongo, una explicación adaptativa: si atendiéramos a cada milagro se nos comería el león. Luego está la orgullosa (y dolorosa) evidencia: el hombre ha creado las instrucciones que acaban produciendo un iPhone, pero nada tiene que ver respecto a las instrucciones que lo han hecho a él. El hombre presume de lo suyo, como cualquier vanidad. Y no hay duda que nuestro iPhone es más obra nuestra que nosotros mismos. El teatro de Brook es una refinada y humilde invitación a pensar en el dedo que se dobla y a desdeñar los abalorios. De ahí que al final de la obra, cuando aparece el músico tocando su flauta, seamos capaces de ver un hombre, un trozo de madera con agujeros, un soplo y solo después, como derivación del absoluto, veamos -sinestésicos- la música.