Iganacio García May.

Mientras en Madrid los colegas se pegaban por conseguir una entrada para ver los ejercicios espirituales anuales de Peter Brook, un servidor se las arreglaba para asistir a una de las previas de Sister Act en Barcelona. Como pasó con El Rey León, este musical será despreciado por esos teatreros que presumen de contar sus espectadores con los dedos de una mano amputada. Pero aviso: el espectáculo es una auténtica gozada. La acción ha sido trasladada a los años 70, lo cual justifica una puesta en escena psicodélica y hasta psicotrónica: ¡esa iglesia que parece diseñada durante un viaje con LSD! En la película, Whoopi Goldberg interpretaba a la protagonista como una mujer resabiada y cínica, pero su papel lo hace aquí una actriz muy joven, Mirela Mambo, que recrea el personaje desde una arrebatadora candidez. Pocas veces tiene uno la sensación de ver nacer una estrella, pero ésta es una de esas ocasiones: con su cuerpo menudo, su energía ilimitada, una voz prodigiosa y una sonrisa que se ve desde la última butaca, Mirela parece la hermana joven y guapa de Sammy Davis Jr. Hay en escena una treintena de actores, pero permítanme que destaque a una Angels Gonyalons excepcional haciendo de Madre Superiora, y a ese otro milagro de actriz, también jovencísima, Gara Roda, que encarna a la novicia. Sister Act va a ser un exitazo, y yo me alegraré de ello; porque ahora que todo es ébola y tarjetas opacas y ex ministros ladrones y el memo ése que se cuela en las fotos con los políticos, se me ocurre que el mejor regalo que el teatro puede hacernos es un poco de alegría. Y aquí la hay, a raudales.