Image: El síndrome de Estocolmo

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Opinión

El síndrome de Estocolmo

7 noviembre, 2014 01:00

Ahora que para las casas de apuestas el premio Nobel se ha convertido en una suerte de chiste a costa de Murakami, conviene repasar qué ha sucedido en los debates y opiniones amateurs que sobre este asunto, capaz de galvanizar la atención del mundillo durante una semana, se suceden en la Red.

Entre mis "comentaristas" favoritos estarían: quien confunde el Nobel con la Copa del Mundo y se dedica a comparar el número de "entorchados" por países, los que se deleitan promoviendo los nombres más complicados de pronunciar (Thiog'o, Zagajewski), quienes apoyan la ya casi eviterna candidatura del poeta coreano Ko Un, y un creciente número de haters que ya preparan el descrédito retrospectivo del Nobel si un año se lo dan a Javier Marías.

Los comentarios podrían reproducirse hasta llenar el espacio de dos o tres artículos, pero como aquí estamos para pensar me centraré en dos aspectos generales que me han llamado la atención.

No es el primer año en el que los internautas expresan su decepción porque el escritor galardonado no es "conocido" (aunque Modiano, con una docena de novelas publicadas en España, no sea precisamente un autor espectral). El desencanto es comprensible porque siempre es más divertido que gane un autor del que podamos discutir. Pero también es cierto que buena parte del prestigio que atesora el Nobel de literatura se debe a que no va sacando la lengua a dos pasos del mercado, que no busca escritores elogiados de manera rutinaria con los que ganarse el aplauso de unos lectores ya convencidos, sino que a menudo es capaz de proyectar su prestigio sobre un desconocido. Aunque en un principio los premios otorgados a Kertész, Jelinek, Pamuk, Müller, Oé o Mo Yan fuesen menos "emocionantes" a la larga son los que alimentan el aura del premio.

La segunda observación viene al paso de constatar cómo los nombres repetidos con mayor devoción e insistencia (no sólo en España, también desde muchos puntos de Latinoamérica) eran los de Roth, McCarthy y Pynchon. Y aunque los tres son novelistas de indudable mérito invitan a preguntar hasta qué punto los lectores nos comportamos como obedientes partículas de un "mercado" convertido ya en satélite de la cultura anglosajona, la única capaz de expandir certificados de prestigio y de moldear el gusto mayoritario. Una cultura ante la que los internautas demostrábamos (yo también quería que se lo dieran a Roth) síntomas de caer en una suerte de Síndrome de Estocolmo.

Como tampoco es cuestión de rebajar los méritos de los tres escritores antes mencionados, ni de sospechar de nuestros gustos en beneficio de una circulación más internacional de escritores estoy por enviar a Suecia una modesta proposición para rebajar los niveles de frustración sobre quienes con nuestras cábalas y atenciones le otorgamos autoridad y prestigio al Nobel: bifurcar el premio en dos, uno para el resto del mundo (donde descubrir autores excelentes que de otra manera pasan por las mesas de novedades en semiclandestinidad) y otra para los autores estadounidenses que, entretanto, por méritos literarios y consideraciones socio-económicas, se han convertido en "los nuestros".

El banquete de los académicos

Supongo que todos ustedes ya la conocerán pero me ha sorprendido la cantidad de "juego" que ofrece la página oficial del Premio Nobel de Literatura que no se limita a ofrecernos información general y de compromiso sobre Alfred Nobel y una aséptica lista de galardonados, sino mucho más. En la misma página puede accederse al archivo de las ceremonias de entrega, donde además de fotos sobre los ganadores y videos de los discursos (y los hay de excelentes) podemos acceder al menú del banquete (en francés), a los arreglos florales y a las normas de vestuario. Me he ido directo al de 2003 para descubrir que los académicos no se plegaron al vegetariano Coetzee y ofrecieron una enrevesada receta que incluía pavo. En la página también figura una clasificación de los ganadores más "populares". La lista está dominada por el recién llegado: Modiano, seguido por el "mediático" Rabindranath Tagore y, "curiosamente", por tres estadounidenses: Steinbeck, Hemingway y William Faulkner.