Image: El fin del mundo

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Opinión

El fin del mundo

16 enero, 2015 01:00

Gonzalo Torné

"Cuando somos incapaces de pensar en cómo reformar el mundo, empezamos a imaginar cómo destruirlo", la frase de Slavoj Zizek (pensada para ilustrar una tendencia del cine contemporáneo) puede aplicarse perfectamente a uno de los campos especulativos más desarrollados de la Red: el catastrofismo planetario. Una afición que aupada por la numerología y los calendarios pre-ilustrados ha experimentado una auténtica edad de oro en el periodo que va de 1999 a 2014 (justo cuando el mundo parecía más estancado o desarrollado, según cómo se mire, y en cualquier caso bastante reticente a cambios en el status quo).

Existen miles de páginas en decenas de idiomas dedicadas a los meteoritos, cometas y llamaradas solares que debían purgar la vida humana de la tierra. Y también a debatir sobre la inminente llegada de Hercólubus, el planeta gigante, responsable en su última aparición, si hay que creer a los "especialistas", del hundimiento de la Atlántida. Por fortuna, todos estos cálculos resultaron infundados (una salvedad: en algunas páginas se solicitaban donativos para estimular los rezos con los que frenar el avance del planeta gigante, no se puede, por tanto, descartar que la especie le deba su supervivencia a estas generosas contribuciones), y aquí seguimos.

Superada esta larga década sembrada de peligros, y sin combinaciones carismáticas de números a la vista, el internauta aficionado al catastrofismo puede dirigir su atención a otra modalidad de ciencia especulativa muy cultivada en la Red: la que se encarga de imaginarqué fenómeno diezmará o terminará con la especie humana a largo plazo. Quizás no le proporcione la misma dosis de adrenalina que la destrucción inminente pero todo apunta a que se trata de una investigación más seria.

Algunas de las posibilidades a considerar están envueltas en el atractivo halo de la ciencia-ficción: numerosas páginas especulan con una humanidad suplantada por robots superinteligentes (así los define el profesor de robótica Hans Moravec); otras recurren a amenazas exteriores: meteoritos, por supuesto, pero también un eventual bombardeo de rayos cósmicos que podría llegar congelar la superficie de la tierra (según Nir Shaviv el planeta corre más peligro cuando sale del brazo de Sagitario y empieza a internarse en el brazo de Perseo). También son recurrentes las especulaciones sobre virus, guerras o terrorismo nuclear, y el debatido cambio climático que amenaza con una "inseguridad alimenticia global".

A estas causas que podríamos llamar "clásicas" se añaden el temor a la explosión de un supervolcán (según el profesor Bill McGuire si el de Yellowstone volviese a despertar podría envolver mil kilómetros cuadrados de venenosa ceniza pircoclástica) o el desgaste de los telómeros que volvería a la especie vulnerable desde la primera infancia a enfermedades que ahora asociamos a la vejez.

Desde una perspectiva utilitaria sorprende que se dedique tanta energía (y discusiones) a elucubrar sobre un desenlace que parece está más allá de nuestra capacidad de comprobación terrenal. Claro que visto de otra manera también se trata de especular sobre la versión colectiva del desenlace individual más seguro, del que nadie escapa: la muerte.

El fin de la red

Pero no sólo de cataclismos mundiales vive el internauta apocalíptico, en la Red también se especula y se discute sobre cómo acabar con la propia Red de una vez por todas. En esta clase de páginas se combinan estrategias políticas de gran alcance y a largo plazo (una oleada de censura gubernamental), catástrofes naturales (un terremoto podría destruir los cables submarinos que conectan los distintos continentes), el colapso por basura (una proliferación insostenible de spam) y, como no, los ataques organizados que van desde la propagación de un virus imposible de atajar hasta el hakeo de servidores, pasando por la desactivación de todos los aparatos electrónicos que funcionan con un pulso electromagnético (estrategia que de momento sólo puede aplicarse en áreas de diez kilómetros). Queda una última opción, más modesta, al alcance de cualquier bolsillo y que se puede aplicar sin conocimientos de nivel hacker (y que cuenta con la ventaja adicional de su carácter reversible): apagar la conexión.