Ignacio García May.

En Londres está triunfando una obra de política ficción escrita por Mike Bartlett y titulada King Charles III. Recién fallecida la reina Isabel, su hijo Carlos asciende por fin al trono para encontrarse, nada más empezar el reinado, con un problema grave: el Parlamento pretende que estampe su real firma en una orden que, en la práctica, acaba con la libertad de prensa. Bartlett, que en Earthquakes in London se interesó por los discursos apocalípticos que rodean al cambio climático, y en 13 describió la proliferación de las revueltas callejeras contra un poder cada vez más alejado de la ciudadanía, presenta aquí sin contemplaciones dos temas explosivos: la situación de la monarquía en la Inglaterra de hoy y los progresivos recortes en las libertades civiles. Es el tipo de obra que mantiene vivo el interés del público por el teatro; es, también, el tipo de obra (¡comercial!) que no vemos nunca en nuestra cartelera. El teatrero local tiende a creer que su compromiso con el tiempo en el que vive pasa por escribir Je suis Charlie en Facebook, pero a la hora de la verdad elige sus materiales dentro de un marco de seguridad política. ¿Que le apetece hablar sobre la corrupción? Pues monta Julio César y viste a los romanos con traje. ¿Que le da la vena feminista? Pues hace un Tenorio malote. Todo esto tranquiliza la conciencia de quien lo hace, pero sin el peligro de meterse demasiado con la realidad, no sea que ésta responda. De todas formas, si a alguien se le ocurriera escribir Los monólogos de la Corinna o Cristina ya no vive aquí tampoco se la programaría nadie. En este país, el único Charlie es el Pequeño Nicolás.