Image: La comida

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Opinión

La comida

23 enero, 2015 01:00

Agustín Fernández-Mallo

Digámoslo así: las economías obtienen beneficios porque se confunden. Si sus movimientos estuvieran bien determinados, si fueran deterministas, el mercado sería un centro comercial vacío, directamente no existiría. Los mercados generan dinero porque sus actores yerran, lo hacen cada día, y los errores en la mayoría de los casos juegan a su favor: tienen un ancho margen de acción (en caso de superar ese margen de error, acontecen desastres económicos como el que sobradamente todos conocemos, pero eso es otro asunto). Un día, no hace tantos años -si yo no viviera en la inopia aún podría recordarlo-, quienes se dedican a comprar y vender intangibles se dieron cuenta de que especular con valores inmateriales comporta grandes riesgos, es mucho mejor aplicarse a la especulación con cosas de verdad, cosas que la gente necesitará siempre: la comida. Es entonces cuando comienzan los alimentos subir y bajar de precios como lo hacen los diamantes o las bicicletas. Es cuando los alimentos entran a jugar en ese margen de error que toda economía necesita para generar beneficios.

De cómo los alimentos son gestionados hoy, de cómo las sociedades los administran, de cómo han cobrado un significado ridículamente sobredimensionado en nuestras neveras y paranoide en nuestra salud, de cómo los mercados imponen sus empachos y sus hambrunas, de cómo las estadísticas de población extrapoladas a un tiempo infinito son el arma del miedo, y de muchas cosas más habla El Hambre, de Martín Caparrós (Anagrama, 2015), redactado tras cientos de entrevistas y experiencias propias en viajes por todo el planeta. Origi- nalísimo texto que con una técnica y voz únicas, y con una sano e inteligente sentido del absurdo y del humor, aúna crónica de viaje, ensayo económico, diario personal y antropología. Un libro que, seguro, será importante. Un libro que faltaba.