Marta Sanz

La escritura no se mantiene al margen de la entonación de la idea, hecha frase, que puede servir como punto de partida. Si se escribe una novela adoptando al tono enunciativo de "Nos vamos a morir", es posible que salga un texto laico, estoico y realista, con un punto de materialismo, denuncia o serena resignación. Si se decide partir de la misma frase pero entre exclamaciones, "¡Nos vamos a morir!", el resultado será apocalíptico, tal vez se valga de los códigos del género de terror y zombis y, en los casos más raritos, cuaje en un libro dionisíaco, satírico, buñuelesco. Por último, si se opta por "¿Nos vamos a morir?", el producto de la elucubración literaria se teñirá de metafísica, religiosidad o simpática idiocia. La prudente distancia, la duda o la mirada infantil están en el origen de esa literatura supuestamente no ideológica -neutral como Suiza- que constituye el canon en la era de la globalización. En algunas novelas se mezclan las tres entonaciones: Joyce, Svevo, Nabokov, Frisch, DeLillo... Si dejamos de lado la entonación y nos centramos en la muerte, lo más socorrido es ver una película de Woody Allen que se ha pasado la vida -y la obra- dándole vueltas a esta máxima desde sus distintos ángulos: religión, hipocondría, sexo... Hasta culminar en Magia a la luz de la luna, una película con vestidos, jardines y coches preciosos. Sale Colin Firth.



Esta columna es un pasatiempo. Revisen su archivo mental y busquen escritores y escritoras que se ciñan a una de las tres entonaciones. Intenten decantarse evitando medias tintas, matices y el no poner la mano en el fuego. Estamos jugando. Vean cuál es la opción más frecuentada y piensen por qué, sin olvidar que los textos no se separan de sus contextos. Yo, se lo confieso desde este mismo instante, hace ya mucho que adopté el modo apocalipsis. Después, si tienen ganas, piensen en la muerte.