Image: Boca y pez

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Opinión

Boca y pez

6 marzo, 2015 01:00

No voy a hablar de Homero, Borges, el Informe sobre ciegos o el Ensayo sobre la ceguera. Quedarse ciego es terrible. Sin embargo, hace poco me invitaron a un club de lectura de personas ciegas y la experiencia fue instructiva. En nuestro trabajo manipulamos metáforas que aluden al oído (polifonía, ritmo, voz), pero también a la visión (punto de vista, foco, ángulo muerto, visibilidad). El proceso de lectura se vincula con la vista -con el tacto en el caso del braille- y con el poder de fijación de la escritura. En sus orígenes la literatura era oral y comunitaria: en el auditorio el oído diluye sus barreras-pese a que algunos hablen solos o hagan eco-, mientras que la visión sugiere un lazo solitario entre ojo y página. Una fantasmagoría de comunión e intimidad. Mientras escuchan sus audiolibros los ciegos quizá están solos, pero una voz les lee al oído: la que leía a las cigarreras, a los alumnos en los comedores. La que casi impone una interpretación. Mis amigos del club enfatizaron la importancia de ese filtro y cómo un deje puede restar interés a una obra -¿engrandecerla?-. Imagino un teléfono estropeado: James realiza un ejercicio de ventriloquía, a través de un narrador en la sombra y una institutriz, que se traduce y se lee en español con una voz actoral que interpreta el texto para que yo construya mi lectura. Pese a las distorsiones, algo persiste. Quizá lo más importante...

Vi los dispositivos para leer. Los lazarillos me lamieron, y Pepita me contó que cuando era pequeña la marginaban a la última fila: entonces veía menos y se retrasaba más. Me corroboraron la trascendencia de los otros sentidos: textura, temperatura, aroma, acritud... En ningún foro se había valorado tanto mi entonación. Andrés me dijo que subrayo la crueldad sañudamente y paso por encima de la ternura. Desconfío de ella. A veces la vista distrae. Por la boca muere el pez y a mí me habían descubierto.