Vuelve el agente Cooper. Vuelven las gabardinas beige, las tartas de cereza y los donuts con café para empezar la mañana de buen humor. Vuelve Diane, la secretaria invisible a la que dejar mensajes en una minúscula grabadora. Vuelve el aserradero en lo alto de la colina, Twin Peaks envuelto en bosques góticos, en chorros de bruma y serrín, y la voz irresistiblemente triste de Julee Cruise, hecha de cristales molidos, cantando con dulzura y morbidez en el club Road House, cortinas rojas de terciopelo, micrófono antiguo, aquello de que el cielo seguía siendo azul. Are we falling in love? Vuelve la música flotante de Angelo Badalamenti, nana angelical para un crimen, el susurro y la sangre, año noventa, antes de internet, facebook y twitter, antes de la telefonía móvil, el whatsapp y las tablets, cuando ninguno teníamos ordenador en nuestras casas, el mando a distancia aún resultaba una novedad vanguardista y la vida era un simple reflejo de lluvia en el televisor encendido o apagado.



Veinticinco años más tarde vuelven ellos, los adolescentes pálidos con sus motos, sus cazadoras de cuero negro, sus secretos, sus drogas duras y blandas, el instituto estremecido tras el asesinato plastificado de Laura Palmer, han aniquilado a la belleza, el corazón late menos, qué misterio se esconde, dime, qué horror palpita bajo los tapetes de ganchillo, las escaleras forradas de moqueta y el reloj de cuco heredado de la abuela. Vuelven las pesadillas magnéticas con caballos que hablan y enanos danzarines que bailan hacia atrás sobre suelos ajedrezados mientras recitan poemas crípticos. Vuelven a nuestras vidas el sheriff Truman, la mujer que acunaba un leño (¿alguna vez se fue?) y la vecina obsesionada con sus cortinas. Vuelve para hipnotizarnos David Lynch, nunca se ha ido de nuestro lado. Fuego, camina conmigo.